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Entonces, ¿de qué preocuparse? (II)

julio 23, 2015 por Inés Magán Uceda 5 comentarios

¿De qué preocuparse?

Hace poco escribíamos un post sobre la preocupación, y decíamos que preocuparse era algo normal, algo que formaba parte de nuestra naturaleza porque nos ayudaba a preparar la acción para solucionar un problema. Sin embargo, cuando la preocupación era prácticamente la constante de nuestro día a día y dominaba nuestras vidas, es decir, cuando se iba saltando de una preocupación a otra sin llegar a hacer nada para solucionarlas –los “¿y si…?”–, podían llegar a ser un problema en sí mismo. En ese post titulado “¿Es normal preocuparse?” se repasaba cómo se podía llegar a presentar la preocupación problemática y, especialmente, cómo se mantenía. De hecho, se cerraba con la explicación del modelo de unos autores canadienses –Dugas y Ladouceur–, que defendían que a la preocupación problemática subyacía un mecanismo común –la intolerancia a la incertidumbre–, el no poder soportar no saber qué va a pasar y, como consecuencia, se trataba de controlar y evitar a toda costa.

Este modelo es, además, muy interesante porque de él se deriva un esquema para intervenir en la preocupación problemática. Es decir, un esquema para que las personas puedan aprender a manejar la preocupación, partiendo de la idea de que éstas son algo normal, pero que, cuando son muy frecuentes e interfieren mucho en el día a día de las personas debe aprenderse a identificarlas y a regularlas.

En la preocupación problemática subyacía un mecanismo común –la intolerancia a la incertidumbre–, el no poder soportar no saber qué va a pasar y, como consecuencia, se trataba de controlar y evitar a toda costa.

Así, comienza siempre por una primera fase que denomina toma de conciencia o “awareness”, en la que trata de que sea la propia persona la que se dé cuenta de que se está preocupando y de que sea capaz de clasificar las preocupaciones en los tres tipos que definen:

  • (a) problemas inmediatos anclados en la realidad y modificables (conflictos interpersonales, puntualidad, forma de vestirse para una determinada ocasión),
  • (b) problemas inmediatos anclados en la realidad e inmodificables (enfermedad crónica de un ser querido, economía del país, pobreza y violencia en el mundo, situaciones injustas no controlables), y
  • (c) acontecimientos muy improbables no basados en la realidad y, por tanto, inmodificables (posibilidad de arruinarse, caer gravemente enfermo)-, además de las metapreocupaciones.

Cuando la persona, a través de técnicas de autoobservación, ha aprendido a identificar y clasificar sus preocupaciones, se comenzaría a trabajar un segundo objetivo –reducir la intolerancia a la incertidumbre y desarrollar una orientación positiva al problema– a través de distintas técnicas psicológicas: la reestructuración cognitiva, dirigida a modificar esas ideas rígidas, no realistas y negativas que todos podemos tener, pero que, si se aceptan sin más, pueden hacernos mucho daño; el entrenamiento en solución de problemas, para poder ser más operativos y no quedarnos enganchados en esos “¿y si…?”; y los experimentos conductuales, se trata sencillamente de forzar que ocurra eso que nos preocupa, realizar la peor de las predicciones que imaginemos y comprobar si ocurre o no ocurre. En definitiva, esta fase se dirige a que la persona aprenda que las dificultades son algo normal de la vida cotidiana, que la vida supone ir superando retos y que no puede tenerse todo bajo control.

Por tanto, ¿cuándo y de qué preocuparse? De todo y de nada. Se trata de saber que la preocupación es algo normal, que nos ayuda a anticiparnos a los problemas para ser más eficaces en su manejo, pero que, en ocasiones, puede ser problemática por asociarse a un malestar significativo o por interferir en nuestro día a día

Tras ello, se trabaja de manera específica cada uno de los tres tipos de preocupación que se han definido más arriba. Así, para aquellas preocupaciones sobre problemas basados en la realidad y modificables, se trabaja el entrenamiento en solución de problemas con objetivos centrados en éste y establecimientos de líneas de acción para resolverlo. Por el contrario, cuando las preocupaciones se refieren a problemas reales pero que no podemos modificar, se trabajará también un entrenamiento en solución de problemas, pero con objetivos centrados en la aceptación de la situación y en el manejo de las emociones. Finalmente, cuando la preocupación trata sobre algo muy improbable o muy lejano en el tiempo, se realiza una técnica denomidado exposición funcional cognitiva, es decir, mantener en nuestra mente activa esa preocupación imaginando todas las desgracias posibles asociadas a ella para que, nos acostumbremos, y, paradójicamente, lleguemos a verlo como algo tan absurdo que deje de generarnos tanto miedo o ansiedad.

Este es un tratamiento muy prometedor, porque en diversos estudios se han encontrado altos índices de eficacia, que se mantienen a largo plazo (6 y 12 meses; Dugas, Marchand, y Ladouceur, 2005; Ladouceur et al., 2000). Por ello, sería esperable que en un plazo relativamente corto la American Psychological Association lo incluya dentro de su lista de tratamientos recomendados por su eficacia.

Por tanto, ¿cuándo y de qué preocuparse? De todo y de nada. Se trata de saber que la preocupación es algo normal, que nos ayuda a anticiparnos a los problemas para ser más eficaces en su manejo, pero que, en ocasiones, puede ser problemática por asociarse a un malestar significativo o por interferir en nuestro día a día. Cuando esto ocurra, es importante no luchar contra ellas, sino normalizarlas y analizarlas. Plantearnos si la intolerancia a la incertidumbre nos está jugando una mala pasada y, para cada preocupación, mirémosla de frente y preguntémonos: ¿cuál es la probabilidad de que se vuelva real?, si es baja, ¡no alimentes la preocupación! Si es alta, ¿cuándo puede volverse realidad? Si la respuesta es dentro de mucho tiempo, ¡no des importancia a esa preocupación! Si, por el contrario, puede ocurrir ahora, mira a ver si se puede hacer algo. Si la respuesta es que no, trabaja para asumirlo y regular las emociones respecto al problema. Si puede hacerse algo, ponte a ello, y comienza a buscar la mejor solución al problema. Y, lo más importante, si no podemos hacerlo solos, no lo dudes, existen profesionales muy cualificados que pueden ayudarnos.

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Acerca de Inés Magán Uceda

Doctora en Psicología por la UCM y profesora en la UCJC de Madrid. Desde hace más de diez años, desarrolla su labor investigadora en el campo de la psicología clínica y de la salud, centrándose en el estudio de la relación de las emociones negativas y los procesos cognitivos con la salud.

Comentarios

  1. Pablo Duque dice

    julio 23, 2015 a las 19:33

    Segunda parte que «redondea» a la primera. Un aplauso y mi más sincera enhorabuena por estos dos post. Pablo

    Responder
    • Inés Magán Uceda dice

      julio 27, 2015 a las 10:55

      ¡Muchas gracias Pablo! Un abrazo fuerte,

      Inés

      Responder
  2. Carlos Moratilla Díaz dice

    julio 25, 2015 a las 12:48

    Inés,

    En primer lugar, felicidades por ambas entradas. Muy clara la exposición y sobre todo muy interesante las explicaciones y tratamientos conductuales. Esto es, todo aquello que trata de modificar la función de la conducta que llamamos preocupación. Gracias.

    Me gustaría, no obstante, hacerte una apreciación o si lo prefieres una consulta. Si, como bien dices, la preocupación podría ser explicada funcionalmente como una estrategia de evitación de eventos verbales/cognitivos que se experiencian con alto grado de malestar,¿no crees que los terapeutas que nos encontramos con estas problemáticas, al utilizar la reestructuración cognitiva, precisamente estaríamos favoreciendo esa evitación de nuestros pacientes? Si esto fuera así no haríamos si no alimentar el problema.

    Gracias de nuevo y espero poder volver a leerte.

    Un saludo!

    Responder
    • Inés Magán Uceda dice

      julio 27, 2015 a las 10:54

      Hola Carlos,

      Muchas gracias por tus felicitaciones. Efectivamente, hay modelos que dicen que la preocupación es una forma de evitar eventos que generan malestar, como los de Borkovec, y el componente nuclear de estos tratamientos sería la exposición funcional a la preocupación. El modelo de Dugas y Ladouceur considera que el elemento nuclear de este problema es la intolerancia a la incertidumbre, que, como sabemos, se relaciona con una serie de creencias e ideas muy rígidas. La reestructuración cognitiva se utiliza precisamente para flexibilizar esa intolerancia a la incertudumbre y para desarrollar una orientación más positiva a los problemas, es decir, para que la persona aprenda a aceptar que no puede tenerse todo bajo control y que los problemas forman parte de la vida del ser humano. Después, se trata de que la persona aprenda a identificar sus preocupaciones y a clasificarlas y, en función de la categoría, se trabaja con una técnica u otra. Si son problemas actuales y modificables (p. ej., ¿me cambio de trabajo?), se aplica solución de problemas; si la preocupación se refiere a un problema actual pero inmodificable (p. ej., ¿por qué tiene que estar enfermo ….?), se trabaja con la aceptación y el manejo de las emociones; y, si la preocupación se refiere a un problema muy lejano o improbable (p. ej., ¿y si me quedo sin trabajo y …?), se trabaja con la exposición funcional cognitiva.

      Espero haber resuelto esa consulta. Muchas gracias de nuevo y un fuerte abrazo,

      Inés

      Responder

Trackbacks

  1. ¿De qué preocuparse? dice:
    julio 23, 2015 a las 12:13

    […] ¿De qué preocuparse? […]

    Responder

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