No nos debería coger a contrapié el hecho de que, con tantas sociedades multilingües como hay en el mundo, un buen número de centros de investigación en psicología experimental y neurociencia cognitiva se dediquen, casi en exclusiva, a estudiar cómo funciona el cerebro bilingüe. ¿Cuáles son los procesos y mecanismos que permiten a una persona comunicarse en varias lenguas, utilizando en cada caso los sonidos, palabras y estructuras sintácticas que corresponden? ¿Cuál o cuáles son las redes cerebrales involucradas en estos procesos? En definitiva, ¿cuáles son las diferencias entre el cerebro bilingüe y el cerebro monolingüe? Gracias al desarrollo de la neurociencia, hoy podemos acercarnos –sí, solo acercarnos, de puntillas y despacito, siguiendo las normas del estilo científico– a las respuestas, y empezamos a entender por qué los hablantes multilingües no escupen engendros lingüísticos como “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”. Porque cosas así no se dicen, ¿verdad? ¿Y por qué no se dicen? La respuesta está en el cerebro y en los procesos cognitivos. ¿Dónde si no?
La magia de las personas bilingües no es que sean capaces de pasear por el centro de Madrid y pedir indicaciones para llegar a la Plaza Mayor en un castellano casi perfecto a pesar de ser oriundos de lo más profundo del estado de Iowa, Estados Unidos. La verdadera magia es hacer esto sin mezclar las lenguas, controlando la interferencia que la lengua nativa ejerce como si fuera un elephant angloparlante queriendo entrar en la cacharrería de nuestra conversación en lengua cervantina. Y para eso están esos maravillosos procesos cognitivos que llamamos funciones ejecutivas, que tanto nos gustan, y que todavía tan poco conocemos. Es gracias a ellos que los bilingües son capaces de usar adecuadamente las piezas de la lengua que corresponden en cada contexto, como si de malabaristas (lingüísticos) se tratase, manteniendo cada cosa en su sitio y en cada momento, y haciendo que todo fluya con una aparente normalidad, a pesar de que a veces metamos la leg y hagamos batidos lingüísticos (véase Heredia y Altarriba, 2001, para una visión global).
Y de tanto trabajar esas funciones ejecutivas, y andar a vueltas con la memoria de trabajo, las capacidades inhibitorias, la autorregulación, la flexibilidad cognitiva y la planificación, no es descabellado pensar que los bilingües podrían dar mejores resultados que los monolingües en tareas que midan esos constructos, incluso cuando no se trate de tareas lingüísticas. De hecho, esto es lo que se ha venido diciendo durante unos cuantos años (sirva a este efecto ver la transición desde los primeros estudios hasta los compendios más recientes; véanse, por ejemplo, el estudio de Bialystok, 1987, y la revisión de Bialystok, Craik, y Luk, 2012). Y como punto siguiente en el orden del día de las hipótesis lógicas, tanto va el cántaro a la fuente, y tanto entrenan los y las bilingües esas capacidades, que las estructuras cerebrales que sustentan esos procesos podrían desarrollarse de una manera diferente en las personas que hablan más de una lengua, dando lugar a diferencias en el volumen, densidad, integridad, grosor o conectividad de la chicha importante del cerebro. Así, varios estudios han concluido que es posible encontrar diferencias estructurales en los cerebros de las personas bilingües y de las personas monolingües, seguramente como consecuencia de esos malabarismos lingüísticos que mencionábamos anteriormente (véanse, por ejemplo, Mechelli y cols., 2004; Pliatsikas, Moschopoulou, y Saddy, 2015). De hecho, fíjese usted si no será descabellado, que hasta dio lugar a la aparición de toda una línea de investigación orientada a explorar este concepto que se vino a llamar la ventaja bilingüe.
Si una persona entrena diariamente la musculatura de las piernas haciendo ejercicio aeróbico y anaeróbico, es lógico pensar que tendrá un desarrollo físico de los músculos estructuralmente diferente al mío, que soy vago por naturaleza. Y también es lógico pensar que cuando nos pongan a competir para ver quién tiene mejor desempeño funcional en ejercicios que impliquen esa musculatura, esa persona mostrará un desempeño mejor que el mío. Todo suena coherente. De momento, un punto a favor de las personas bilingües. Más aún, si entreno los músculos de una manera sostenida en el tiempo, seguramente cuando ya peine canas y esté jubilado, tendré un cuerpo y una salud envidiables, y estaré en mejor disposición de hacer frente a las consecuencias de ser parte del selecto grupo de personas de la tercera edad. Y esto es justo lo que algunos estudios han sugerido respecto a los efectos del bilingüismo en los procesos neurodegenerativos normales asociados a la edad, y no solamente en cuanto a la función cerebral (por ejemplo, Gold y cols., 2013), sino también en cuanto a las estructuras y redes cerebrales que sustentan dicha función (véanse Abutalebi y cols., 2014; Olsen y cols., 2015). Y por si esto no fuera suficiente, incluso se ha llegado a hablar del escudo que el bilingüismo puede suponer frente a los efectos y síntomas de ciertas demencias y otras enfermedades neurodegenerativas (para los y las incrédulas, véase Craik, Bialystok, y Freedman, 2010). ¡Toma ya! ¡El bilingüismo como fuente de neuroprotección! Mamá, quiero ser bilingüe.
Sin embargo, hay un par de detalles que se nos escapan. No hay gimnasios específicos para ese músculo llamado cerebro. Y, aunque los hubiera, serían gimnasios para entrenar la función, y no tanto la estructura. ¿Quiere usted hablar más de una lengua? Bien. Aprenda la lengua nueva, utilícela y reutilícela. En definitiva, entrénese usted en esa nueva habilidad. ¿Qué habrá conseguido al final del proceso? Usted habrá conseguido hablar más de una lengua, que no es poco. Habrá conseguido justo lo que buscaba. Habrá usted adquirido y entrenado una habilidad, y su cerebro tendrá un nuevo set de funciones con las que jugar. ¿No es eso lo que quería? Pero no busque mucho más allá. El cerebro no es como un cuádriceps, y la neuroplasticidad es un arma de doble filo. Por un lado, la neuroplasticidad nos permite reorganizar funcionálmente el cerebro para hacer frente a nuevos retos, como aprender a hablar más de una lengua. El cerebro es la mejor empresa de reciclaje que se conoce, y utilizará recursos de acá y de acullá para conseguir lo que usted pretende. Y por otro lado, tan neuroplástico es el cerebro que logrará hacer cosas tan maravillosas como manejarse en contextos bilingües con un disimulo máximo, sin cambiar los muebles de la casa, sin grandes alteraciones en la forma física del cerebro, sin que apenas se note el esfuerzo ni aunque miremos con las gafas de neurocientíficos.
Entonces, ¿qué pasa con todo esto de la ventaja bilingüe? Pues ahí es donde nos encontramos. Estamos en un impasse científico en el que, a pesar de que la hipótesis de la ventaja bilingüe nos haya cautivado, vemos cómo los datos de muchos estudios recientes del campo de la psicología experimental y de la neurociencia cognitiva niegan la existencia de tal ventaja a nivel conductual y neural, o al menos, niegan la generalización de las posibles diferencias. Al parecer, los datos de los estudios con muestras más grandes y mejor controladas que se han hecho hasta el momento muestran que las personas bilingües no tienen un desarrollo mejor, ni siquiera diferente, de sus capacidades inhibitorias o de autorregulación que las personas monolingües (véanse, entre otros muchos, Antón y cols., 2014; Duñabeitia y cols., 2014; Paap y Greenberg, 2013). Como bien decía el título de un artículo sobre este tema, parafraseando la fórmula de los prestidigitadores de chistera y conejo, la ventaja bilingüe es algo que “ahora la ves, y ahora no”, dependiendo de muchas circunstancias (Costa, Hernández, Costa-Faidella, y Sebastián-Gallés, 2009). Además, las estructuras cerebrales que sustentan el uso y control de las lenguas no difieren entre personas monolingües y bilingües de un modo claro, unívoco y reproducible, como se ha puesto de manifiesto en una revisión reciente de nuestro equipo (García-Pentón y cols., 2016). Y por si esto fuera poco, hasta el valor neuroprotector del bilingüismo se ha puesto en tela de juicio, y parece ser que el hecho de hablar más de una lengua no es en sí mismo una pastilla contra las enfermedades neurodegenerativas (véanse Clare y cols., 2014; Lawton, Gasquoine, y Weimer, 2015). Por mucho que nos guste el concepto de la ventaja bilingüe, los datos no apoyan tal ventaja de manera inequívoca, y al parecer, presuntamente (que ya sabemos que un día se piensa que la tierra es plana, y al siguiente se demuestra que no lo es), bilingües y monolingües somos más parecidos de lo que se creía inicialmente, excepto por el hecho nada trivial de que las personas bilingües pueden comunicarse en más de una lengua. Y este hecho en sí mismo constituye la grandeza del bilingüismo, y la auténtica ventaja de las personas bilingües.
Y así están las cosas, con el campo dividido entre los que creen que la hipótesis de la ventaja bilingüe es un canto de sirena, y los que creen que es una realidad. Y no son precisamente flores y besos lo que se tiran de un balcón al otro. Si usted quiere ver cómo se las gastan los (neuro)científicos cuando se calientan, lea este fantástico artículo publicado en The Atlantic (en inglés, sorry) en donde nos preguntaron lo que pensamos a algunos y algunas que nos dedicamos a esto. Que el bilingüismo sea un tema de tanto impacto social, político, económico y educativo hace que caminemos por senderos cada vez más retorcidos y enmarañados, y que hasta en la investigación neurocientífica del multilingüismo parezca que a veces estamos haciéndonos trampas al solitario. Y si quiere usted saber un poco más, le invito a leer estos artículos target que recientemente se han publicado discutiendo los resultados de los estudios conductuales (Paap, Johnson, y Sawi, 2015), por un lado, y de neuroimagen (García-Pentón y cols., 2016), por otro. Y si se ha quedado con ganas, puede usted echar un vistazo también a un buen artículo que resume la maraña que hay en la literatura sobre bilingüismo, neuroprotección y demencia (Calvo, García, Manoiloff, e Ibáñez, 2016). Leyendo los artículos, los comentarios de otros equipos investigadores, y las respuestas a estos comentarios, verá usted que estamos lejos de llegar a ponernos de acuerdo. Tótum revolutum.
¿Es el bilingüismo ventajoso en términos comunicativos? En general, podríamos decir que sí, porque es lógico pensar que hablando más de una lengua podremos comunicarnos con un número de personas mayor que hablando una única lengua. ¿Hay toda una infraestructura educativa organizada en torno al bilingüismo? Por supuesto, porque la enseñanza de lenguas no es algo que se haga (bien) de un día para otro. ¿Existen infinidad de intereses políticos revoloteando sobre el bilingüismo? No me cabe la menor duda. No es la primera vez que vemos cómo este tema se convierte en arma arrojadiza en los parlamentos autonómicos. ¿Va usted a ser tan insensato o insensata de decirme ahora que las personas bilingües no son mejores que las personas monolingües? ¿Tendrá usted el valor de decirme, después de todo lo que hemos invertido, que un bilingüe no es más guapo, alto, listo y rubio que un monolingüe? Atrévase. Conviértase en detractor del concepto de ventaja bilingüe. Es una profesión de riesgo, se lo aseguro.
Txomin dice
Muy interesante, aunque cada vez que hace una diferencia de género me saltan los ojos
http://www.rae.es/consultas/los-ciudadanos-y-las-ciudadanas-los-ninos-y-las-ninas