Existe en el ser humano una tendencia a justificar, e incluso celebrar, actitudes en nuestros familiares, amigos, compañeros de partido político, equipo de fútbol, etc., que criticaríamos en otros. Todos podríamos dar numerosos ejemplos de este comportamiento. Si nos paramos a reflexionar podemos, incluso, nombrar situaciones en las que nos hemos encontrado a nosotros mismos actuando de dicho modo. ¿A qué se debe esto?
La psicología social describe conceptos clave para entender esta situación: la necesidad de pertenencia, el autoconcepto y la disonancia cognitiva. Vamos a intentar aclarar, en la medida de lo posible, a qué se refieren estos términos y los mecanismos que los mueven.
Necesidad de pertenencia
La pertenencia (belongingness) ya era incluida en la conocida jerarquía de necesidades de Maslow (1943). Esta se refería a la necesidad del ser humano de ser parte de grupos sociales, de formar parte de una comunidad. A pesar de que la pirámide de necesidades de Maslow no puede ser considerada, a día de hoy, un modelo válido, nos sitúa en perspectiva en cuanto a la relevancia que tiene y ha tenido el concepto de pertenencia. Esta se refería a la necesidad del ser humano de ser parte de grupos sociales, de formar parte de una comunidad. Este término implica más que la simple participación en la comunidad. Implica, como nos refiere Giménez (1997; 2005), la identificación, al menos en parte, con las representaciones sociales que caracteriza a dicha comunidad o grupo social. Es decir, compartir, en cierta medida, la ideología de dicho grupo, y las actitudes que está ideología conlleva.
Autoconcepto
El autoconcepto es el conjunto de características que forman la imagen que cada uno de nosotros tiene de sí mismo. Este concepto no es inamovible y va construyéndose y desarrollándose a lo largo de la vida debido a los factores cognitivos y la interacción social. Nuestras actitudes dependen en gran medida de dicho autoconcepto. Actuamos en función de cómo creemos ser.
La identificación social forma parte de nuestro autoconcepto: quiénes somos a partir de con qué grupo social (raza, sexualidad, ideología política, género) nos sentimos identificados. Ser parte de un grupo nos da la sensación de ser alguien.
Swann, Jetten, Gómez, Whitehouse y Bastian (2012) describen la teoría del mecanismo de fusión de la identidad. Con ello se refieren a la existencia de personas en los que el alto nivel de fusión con su grupo social provoca que los límites que habitualmente marcan la diferenciación entre el “yo social” y el “yo personal” se desdibujen y se vuelvan permeables.
Esta identificación social no implica únicamente quiénes somos, sino quiénes no somos. Hay que tener en cuenta que los grupos se suelen formar entorno a similitudes entre los miembros. Esto genera una especie de “nosotros” contra “ellos”, donde “nosotros” se refiere a nuestro grupo social y “ellos” todo lo que está fuera de él…
Un ejemplo curioso de esto es el que nos dan Meech y Kilborn (1992). Estos autores nos indican que, en el caso de los escoceses, sentirse escocés implica, hasta cierto punto, sentir cierto desagrado hacía los ingleses. La identidad social es una carrera con varios competidores, donde la identidad ganadora lo es por ser empujada y favorecida y porque la identidad rival perdedora está siendo frenada y rebajada. Según esta idea, únicamente las identidades que pueden actuar como rivales en nuestra configuración de autoidentificaciones son rebajadas. Sentirse más escocés supone un menor aprecio por lo inglés o lo británico; no habrá, sin embargo, relación entre sentirse más escocés y la valoración de los de Arkansas, porque esa identidad ni siquiera se presenta en esta carrera identitaria.
Esto nos lleva a preguntarnos sobre nuestro entorno: ¿sentirse de derechas implica cierto rechazo hacia los de izquierdas? ¿ser del Barça implica cierto desagrado hacia los madridistas? La respuesta, probablemente, sea “sí”. Y la fuerza de ese «sí» vendrá determinada por la relevancia de nuestra ubicación política o nuestra preferencia deportiva en la comprensión y narración sobre nosotros mismos. Todos somos, simultáneamente, muchas cosas: vegetarianos o no, de ciencias o de letras, de tortilla con o sin cebolla… Y no todas estas identidades son tan centrales en nuestro «yo».
Uno de los aspectos relevantes de la identificación social es que no sólo afecta a nuestra idea de quienes somos, sino a las actitudes que tenemos en base a esa idea sobre nosotros mismos y nuestro grupo social. Para comprobar el efecto que el grupo social tiene en nuestras actitudes, Charness, Rigotti y Rustichini (2007) realizaron un experimento en el que los participantes debían jugar a dos juegos: “La guerra de los sexos” y “El dilema del prisionero”. Algunos de los participantes jugaban con la presencia de público que les ofrecían sugerencias y otros sin la presencia de dicho público y sin recibir ningún tipo de sugerencia. Los investigadores encontraron que la presencia del público afectaba, en ambos juegos, al comportamiento de los jugadores y a los resultados. Cuando hay audiencia el jugador tiende a tomar decisiones y realizar actos que favorezcan a la audiencia. Dicho de otra manera, la gente busca automáticamente la pertenencia al grupo como una forma de guía para la conducta en situaciones sociales y fortalece el sentido de derecho y de justificación de dichas conductas. Tajfel, Billig, Bundy y Flament, (1971) elaboraron el Paradigma del Grupo mínimo mediante una serie de experimentos. En estos, los sujetos se dividían de manera arbitraria en dos grupos en base a criterios irrelevantes y sin que los miembros de los grupos se conocieran entre sí (por ejem. En uno de los experimentos dividieron a los dos grupos en base a sus gustos estéticos). En los experimentos se observó que los miembros de los grupos no solo comenzaron a identificarse con su grupo, sino que comenzaron a favorecer a los individuos de estos. El simple hecho de ser parte de un grupo, aunque fuera de forma aleatoria y arbitraria, resultó ser suficiente para que los sujetos dieran recompensas a los de su propio grupo y en perjuicio de los miembros del otro grupo.
Si nuestro autoconcepto y nuestras actitudes dependen, en cierto nivel, de la identificación con grupos sociales, ¿qué ocurre cuando los “nuestros” toman decisiones o realizan actos que nos disgustan o contradicen en cierto nivel las representaciones de nuestro “Yo individual”? Entonces, entra en juego la disonancia cognitiva.
Disonancia cognitiva
Festinger formuló el concepto de la disonancia cognitiva en 1957. Este concepto se refiere a la tensión que sentimos cuando disponemos de dos pensamientos o creencias que son incompatibles o cuando las actitudes que tenemos no van en consonancia con dichas creencias o pensamientos (por ejemplo, lo que nosotros pensamos en comparación con lo que uno de nuestros grupos de referencia piensa o realiza). Para reducir esta tensión tendemos a cambiar nuestras actitudes y a magnificar las virtudes de la opción elegida y menospreciar la desechada. Es decir, en el caso de la disonancia creada por el hecho de que nuestro grupo realizará actos que, en principio, van en contra de nuestras creencias, tenderíamos a magnificar las virtudes de dichos actos, mediante una serie de estrategias. González Pienda, Núñez, González-Pumariega y García (1997) nombran algunas de estas posibles estrategias:
- Los sujetos tendemos a darle más relevancia a la información que mantiene coherencia con nuestras percepciones y a rechazar la información que discrepa de ellas.
- Distorsionamos la información utilizando estrategias como el recuerdo o la interpretación selectiva. Es decir, sólo se recuerda lo que no es incoherente con nuestras percepciones y lo que recordamos lo interpretamos de manera selectiva.
– Le damos mucha más importancia a lo que nuestro grupo hace mejor que los demás o a las veces en que sí hemos sido “los buenos”. - Sobrerreforzamos otros aspectos distintos a las que nos causan el conflicto.
Estos mismos autores indican que esto conlleva ser ligeramente egocéntricos, tender a responsabilizarnos de nuestros éxitos, pero no de nuestros fracasos y resistirnos, usando todos los medios a nuestro alcance, a realizar cambios en la estructura de nuestro autoncepto.
Por su parte, Trujillo, Moyano, León, Valenzuela y González-Cabrera (2006) añaden a estas estrategias la justificación. Para que se dé la justificación los comportamientos deben ser vistos como algo dirigido al servicio de un objetivo o alguna causa justificada. Como ejemplo podríamos hablar de la Guerra de Irak, dónde se justificó la participación en esta guerra por la existencia de armas de destrucción masiva.
La realización de estos mecanismos pretende controlar la tensión que nos provoca la disonancia cognitiva y que esta no afecte a nuestro autoconcepto. ¿Qué ocurre cuándo la nueva información recibida es muy discrepante con nuestras creencias? Como hemos dicho anteriormente, nuestro autoconcepto no es inamovible y se va desarrollando en el tiempo por lo que, si los mecanismos anteriormente referidos no fueran suficientes para manejar la tensión provocada por la disonancia cognitiva, nos veríamos en la necesidad de modificar la estructura de nuestro autoconcepto, lo que conllevaría un cambio de estilo de vida y una nueva forma de entendernos a nosotros mismos y a nuestro entorno.
En definitiva, cuando encontramos a otros, o a nosotros mismos, defendiendo y justificando ciertas creencias o actitudes en los “nuestros” que criticaríamos en los “otros”, sólo estamos tratando de mantener a salvo nuestro autoconcepto y protegernos ante las tensiones que nos provoca la disonancia cognitiva. En cualquier caso, gracias a que el autoconcepto está en constante evolución, de ser estas creencias o actitudes demasiado disonantes como para justificarlas, podremos modificar nuestro autoconcepto y abrirnos a nuevas creencias y actitudes.
Manuel Cruz dice
La psicología es pseudociencia y superchería. El autor se pega una parrafada para soltar un dislate tras otro y concluir con razones equivocadas lo que es de cajón.
La gente se mueve por intereses, y defiende en los suyos lo que critica en otros, porque en el primer caso lo que hacen le beneficia o cree que le puede beneficiar aun tangencialmente, mientras que en el segundo caso no.
Y es de cajón, porque si algo de lo que hacen «los otros» le beneficiara no los criticaría. Criticar algo beneficioso para uno pero injusto para los demás requiere un altísimo concepto de ética, moral, y empatía que el común de los españoles no sólo no tiene, sino que además rechaza. Y aunque de vez en cuando sale algún idealista bienintencionado que se va de la boca, ya está ahí el resto de los «suyos» para cerrársela por tonto, no vaya a perjudicarles diciendo cosas que «no convienen»; el temor a no recibir en el futuro más cosas de «los suyos» ya hace el resto.
Nótese que una misma persona puede ser a la vez de «los suyos» o de «los otros» en contextos diferentes. El único criterio que resulta decisivo a la hora de determinar si alguien es «de los tuyos» o no es en el potencial estimado de que a ti te beneficie, y tan pronto dejan de beneficiarte dejan de serlo.
Aunque en el caso de los más sectarios, el disparador es simplemente dejar de darte trato preferencial, en ese caso ya no es que no moles, es que automáticamente te adjudican todas las etiquetas degradantes de su arsenal: nazi, facha, etarra, españolista, comunista, machista, sexista, xenófobo, homófobo, infiel, neoliberal, infiltrado, guarra, esquirol, masón, patriarca, «escéptico», etc. Si estás con un grupo que utilice esos términos todos los días y vive obsesionado con fantasmas de «los otros», mi consejo es que te los dejes antes de que te laven más el cerebro y te vuelvas tonto perdido, porque eso es algo que a ti no te beneficia en nada.
Juan Ramón Barrada dice
La autora, al igual que el resto de colaboradores del blog, tiene el buen gusto de incluir referencias y enlaces en sus contribuciones. De este modo, es posible acceder a los artículos y libros científicos sobre los que apoyan sus opiniones. En el caso de revisarlas, se podrá ver que la entrada de hoy bebe de décadas de investigación en Psicología Social. Esta investigación se caracteriza por su rigor en el diseño y análisis.
Emmanuel dice
Empezar el comentario diciendo «La psicología es pseudociencia y superchería» para luego soltar un parrafazo basado en la elección racional en modo pueril, con una mezcla de teoría olsoniana mal digerida es cuanto menos paradójico.
La teoría social basada en la suma de intereses (beneficios) particulares está ampliamente refutada y utilizarla como contra-argumento tras empezar un reply faltando al respeto a una disciplina entera me inspira dos cosas: O no se ha leído un libro de teoría social en los últimos 20 años o simplemente es un troll adorable.
Un saludo.
silvia dice
A ver un ejemplo fácil, un símil, los fanboys, los fanáticos de un grupo o estilo de música, que despotrican sobre otro por ser comercial… como si no lo fueran todos. O partidos políticos…
Iria Reguera Vigo dice
Buenas tardes Silvia,
Efectivamente, ambos ejemplos son completamente adecuados y fácilmente comprensibles para explicar el efecto de la pertenencia y la disonancia cognitiva.
Muchas gracias por tu comentario.
Un saludo.
Iria Reguera Vigo dice
Buenas tardes Manuel,
Lamento que el artículo no haya sido de tu agrado. En cualquier caso, y como han indicado antes que yo, el artículo está basado en importantes trabajos de investigación que han sido enlazados a lo largo del texto para quién lo desee y lo considere oportuno pueda acceder a ellos y disponer de toda la información sobre la realización, diseño y análisis de dichas investigaciones.
Un saludo.
Rapsus dice
Muy buen artículo, enhorabuena a la autora y al blog!
Iria Reguera Vigo dice
Hola Rapsus,
Me alegra saber que te ha gustado.
Muchas gracias por tu comentario 🙂
Martín dice
Amigo, menuda pataleta, con tanto odio das a entender que realmente te duele lo que expone la autora. También comentarte que en psicología las cosas no son «de cajón», las teorías, como en otras ciencias, se demuestran a través de procedimientos estadísticos que obviamente desconoces. Antes de despotricar deberías informarte, tu supina ignorancia provoca vergüenza. Coge un libro, lee un poco sobre cómo se validan las teorías, sobre estudios correlacionales, o un poco de psicometría, y deja de hacer el ridículo. A lo mejor entonces puedes entender lo que lees.
Por cierto, interesantísimo articulo.
Ozy dice
Teoría del gen egoista.
Javier Bermúdez dice
Hola
Muy interesante el post, y el blog en general.
Con respecto a la definición de autoconcepto, en la afirmación de que actuamos como creemos ser, ¿ no es posible que el proceso sea a la inversa? Es decir, pensamos de una manera para justificar como actuamos. Entiendo que esto estaría vinculado con la autojustificación propia de la disonancia cognitiva, y en fenómenos como la «ceguera a la elección». Es decir, somos capaces de justificar una elección que ni siquiera hemos efectuado, aunque a nivel consciente no lo sepamos, solo para mantener intacta nuestra «integridad» y coherencia como persona.
Un saludo.
Juan Ramón Barrada dice
Buenos días, Javier. Hay investigación muy interesante que muestra, como dices, que se trata de un espiral donde lo que creemos ser nos lleva a hacer y lo que hacemos nos lleva a creernos de un cierto modo. Cuando interpretamos nuestras propias acciones, tendemos a pensar que sabemos claramente cuáles son las causas y cuáles los efectos, pero, en realidad, suele estar todo más mezclado.
Un saludo.
Álvaro dice
Yo sufro mucho esto jugando al fútbol.
En fútbol se critica cuando el contrario pierde tiempo, pero luego mis compañeros o entrenador me piden que pierda tiempo, ante lo cual yo me niego rotundamente, actitud que no entienden. También con los árbitros, cuando arbitra mal una jugada que beneficia a mi equipo y yo se la repruebo no entiende que esté criticando una decisión errónea que ha beneficiado a mi equipo.
A mí me frustra bastante, lo veo como una doble moral que yo no tengo.