En junio del 2015 moría un niño de seis años, vecino de Olot, infectado de difteria. En España no se había presentado ningún caso de esa enfermedad desde 1986. Sus padres habían optado por no vacunarlo. Lamentablemente, cuando ya era demasiado tarde, se sintieron engañados por los antivacunas.
Uno podría pensar que hay pocos ‘argumentos’ más convincentes que la muerte de un niño, que después de esto el movimiento antivacunas iniciaría la retirada.
Tras la muerte del niño de Olot, muchos suponían que los negacionistas de las vacunas recapacitarían. Pero no: Pàmies, en @viladepiera.
— arp-sapc (@escepticos) 1 de abril de 2016
¿Pero saben qué? No es así. Aquellos que ya de antes nos mostrábamos favorables a la vacunación integramos este caso como un elemento más de apoyo a nuestra postura. Sin embargo, la lectura y reacción del movimiento antivacunas a este caso fue… no vacunes.
Vivimos en un mundo en el que la información disponible rebasa con creces nuestra capacidad de procesarla de forma crítica. Entender a los seres humanos, siguiendo a Aristóteles, como animales racionales es pecar de exceso de optimismo. En estas condiciones es comprensible que corran multitud de bulos e ideas erróneas. Algunas de ellas serán inocuas, pero en algunos campos, como puede ser la salud, el actuar según principios equivocados puede llevarnos a pagar un muy alto precio.
Por ello, no solo por amor a la verdad, sino también al bienestar ciudadano, en este trabajo colectivo destaca la tarea que están asumiendo el movimiento escéptico y los medios de divulgación científica. En esta entrada vamos a repasar qué puede aportar la psicología al respecto.
Motivos para usar la ciencia en el escepticismo
Quedarse atónito –o indignarse– ante las creencias irracionales de otra persona es algo habitual en aquellos que nos interesamos por la divulgación de la ciencia. Estas situaciones indignantes se dan en ámbitos muy variados: padres que dan homeopatía a sus hijos, profesionales sanitarios que no usan prácticas basadas en pruebas científicas, políticos que usan amuletos, grafólogos interpretando firmas en la televisión, etc. Actos que muchos escépticos vemos como equivocados, lo tenemos claro: ¡deberían revisar la literatura científica antes de hacer esas cosas! Sin embargo, muchas veces somos los propios escépticos los que no revisamos nuestro trabajo a la hora de convencer sobre la ciencia. Prescindimos de la ciencia para comunicar ciencia. Esta paradoja ha de acabar, hemos de mejorar nuestras herramientas de persuasión.
Uno de los objetivos –a nuestro modo de ver– de la divulgación científica es comunicar al público conocimientos científicos y, además, convencer del uso del método científico como la forma más honesta de interpretar y acercarse a la realidad. Esta tarea de la divulgación requiere tener claro el público al que nos dirigimos en cada ocasión junto con herramientas y procedimientos. Nuestro objetivo es intentar ofrecer un producto –la comunicación científica en este caso– que cumpla de manera efectiva con su cometido. Para ello vamos a revisar algunos puntos clave en un tema de especial relevancia en el mundo de la comunicación científica: desmontar mitos. Este post está elaborado a partir del The Debunking Handbook y Misinformation and Its Correction: Continued Influence and Successful Debiasing.
El sujeto
Lo primero que hay que tener claro es que comunicamos a personas, personas que seguramente tienen motivos para tener sus creencias –nos parezcan irracionales o no. Hay que tener en cuenta que las creencias no surgen en un vacío, surgen de predisposiciones individuales, experiencias previas y de un ambiente. Nuestras creencias y pensamientos son adaptaciones al medio en el que nos desarrollamos. Muchas veces nos centramos más en qué piensa una persona y no tanto en por qué lo piensa. Tratar a la gente de irracional habitualmente es ignorar su contexto y, así, fallar en el intento de cambiar actitudes y comportamientos. Pongamos el ejemplo de los productos homeopáticos. Desde el punto de vista de la efectividad del tratamiento son una pérdida de tiempo. Sin embargo, tenemos que plantearnos los motivos por los que existe un pequeño porcentaje de gente que acude a ellos. Según la Encuesta Nacional de Salud en España 2011/12, el 1.1% de la población española ha consumido productos homeopáticos en las últimas dos semanas; la Encuesta Europea de Salud en España 2014 sitúa ese porcentaje en el 1.2%. Tenemos que plantearnos la posibilidad de que no valoren asépticamente las pruebas de efectividad, sino que busquen soluciones a otras necesidades que posiblemente desconocemos.
En definitiva: para poder convencer necesitaremos entender la racionalidad de la gente que creemos que está equivocada, averiguar el porqué de sus creencias para cambiar el qué de sus irracionalidades. El reto es satisfacer las necesidades –muchas veces de tipo socio-emocional– de las personas que recurren a la homeopatía con otras opciones más adecuadas que cuenten con aval científico. Recordemos que Juan José Rodríguez Sendín, presidente de la Organización Médica Colegial, reconocía que los médicos homeópatas «son buenos en el manejo personal de los pacientes». Aunque a algunos les pueda sorprender, no vamos al médico buscando única y exclusivamente mejoras en nuestra estado de salud.
También hemos de aceptar que, en ocasiones, estamos pidiendo una comprensión de la ciencia y del modo correcto de establecer nexos causales que no son nada evidentes. Por ejemplo, los ensayos clínicos aleatorizados no aparecen hasta el siglo pasado, señal de que para generaciones de especialistas en salud no eran claras las limitaciones de las otras pruebas que manejaban. Para que nos hagamos una idea, en el informe Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España 2014 se pregunta Supongamos que unos científicos están estudiando la eficacia de una medicina para la tensión alta. Le voy a presentar cuatro opciones para llevar a cabo ese estudio, ¿cuál de las opciones sería la más útil para los científicos de cara a establecer la eficacia de la medicina?, con las siguientes opciones para responder (porcentajes de respuesta al lado):
- Preguntar a los pacientes a ver cómo se encuentran para ver si notan algún efecto: 14.8%
- Analizar cada uno de los componentes del fármaco por separado: 15.5%
- Administrar el fármaco a unos pacientes, pero no a otros, y comparar qué ocurre con los grupos: 40.1%
- Utilizar su conocimiento sobre medicina para establecer la eficacia del fármaco: 16.9%
Así pues, convencer tiene un gran componente de saber entender las necesidades y limitaciones de quien queramos convencer. Cabe recordar que atacar –de manera más o menos explícita– las creencias pseudocientíficas de los otros muchas veces no sirve para nada. En efecto, tratar de convencer a veces es contraproducente. Es el conocido como backfire effect: exponernos a ideas contrarias refuerza las nuestras propias, pues nos acabamos de convencer a nosotros mismos al tener que pensar argumentos contrarios a los que nos proponen. Si quieren un ejemplo, ¿algunas vez alguien ha criticado vuestra profesión? El proceso no suele ser cuestionarse a uno mismo, sino buscar la mayor cantidad de argumentos para hacer cambiar de opinión al otro, para demostrarle que se equivoca. En diversas pruebas controladas se ha mostrado cómo reduciendo la sensación de amenaza –dando un enfoque no amenazante o induciendo un estado de seguridad– los mensajes eran más convincentes. En ocasiones el enfrentarse dialécticamente a un grupo de ideas contrarias con quien sabemos que no podremos llegar a tener puntos en común parece ser más una forma de mantener cohesión dentro del grupo que realmente tratar de convencer y persuadir de ideas. ¿Nuestro objetivo es quedar bien dentro de nuestro grupo de referencia escéptico o convencer?
El público
La pregunta clave muchas veces no es «¿me has entendido?», sino más bien «¿me he explicado?». Elegir nuestros interlocutores y adaptarnos a ellos es fundamental, muchos intercambios de ideas tienen lugar en espacios públicos (charlas, Twitter, debates, etc.) con espectadores que son el público al que queremos llegar: personas que están en fase de formarse una opinión o que tienen una opinión pero están dudando. También hay que tener en cuenta que existen distintos niveles de conocimiento de base. La estrategia óptima sería ofrecer un producto para cada segmento, por eso se recomienda tener argumentos para cualquier nivel.
Como hemos dicho, el público es variado en cuanto a su interés por un tema, su nivel de conocimientos y su nivel de confianza en las ideas que defienden. Debatir con los miembros más polarizados –aquellos que jamás cambiarán de opinión– tan solo cerrará el debate con ambas posiciones más enclavadas en sus trincheras. No se trata de encontrar una equidistancia, se trata de encontrar el público mayoritario que no es tan extremista como la minoría de radicales. Es el público mayoritario con quien podremos llegar a puntos de acuerdo y avanzar posiciones en cuanto a convencer. Además, poner al mismo nivel marcos incompatibles, por ejemplo, un astrólogo y un astrónomo, hará que se perciban ambas autoridades como de la misma categoría cuando no manejan el mismo nivel de pruebas científicas. Atacar a una minoría resulta, muchas veces, inútil y solo es una forma de reafirmarnos como grupo. El reto está en convencer a esa mayoría que posiblemente está buscando formarse una opinión del tema.
Los mitos no tienen que ver con la falta de información
Habitualmente, las personas que tienen creencias equivocas las tienen por una construcción equivocada del argumento y no tanto por contar con información equivocada. Una de las falacias más extendidas a la hora de comunicar ciencia es que la gente se convence acumulando información correcta. Eso no es así. Este mito se basa en creer que las creencias equivocadas de las personas se deben a falta de conocimiento, por tanto la solución sería darles más información. Pero es un error: la gente no se comporta como un ordenador donde simplemente hay que descargar la información correcta. Los procesos cognitivos (y emocionales) implicados en formar creencias son mucho más complicados y variados. Se han de tener en cuenta las creencias previas a la exposición a la nueva información, el estado emocional en que se encuentra el receptor, la predisposición, el interés y la implicación personal por la materia, etc.
Comunicando hechos
Un mito repetido infinitas veces seguirá siendo un mito, pero nos sonará como algo familiar y por ello lo percibiremos como posiblemente verídico. Este efecto es particularmente fuerte cuando el receptor no tiene especial interés por el tema. Así, para evitar este efecto de familiaridad, corresponde hablar siempre de hechos auténticos y no del mito, o al menos minimizando su presencia. También es importante comunicar en positivo, es decir, usando frases afirmativas. Parece que es más potente decir «Las vacunas son seguras» que «Las vacunas no causan enfermedades» si queremos convencer de la seguridad de las vacunas . Si bien ambos expresan la misma idea, no se perciben ni recuerdan del mismo modo.
Lo simple gana
Nuestro sentido común puede llevarnos a pensar que cuantos más contrargumentos presentemos, mejor será a la hora de convencer. No parece ser el caso. Cuando se trata de comunicar, menos es más. Esto es debido a que el esfuerzo mental requerido para procesar la sobredosis de argumentos no nos permite asimilarlos correctamente. Además, el problema de exigir un mayor esfuerzo mental a nuestro interlocutor no solo se aplica en el número de argumentos, también en la forma en que se expresan. Cuanto más sencillos, claros y gráficos sean, mayor es la probabilidad de convencer.
Así, tres contrargumentos bien explicados, de manera clara y sencilla, pueden ser más útiles que doce. Un mito sencillo es mentalmente más atractivo que una corrección demasiado complicada. Apoyar con información de infografías siempre será un punto a favor, así como presentar la información de manera visual y simple, son detalles que llevan a una mejor comprensión del asunto. Mostrar cifras suele ser un punto a favor, pero para que sea realmente efectivo se recomienda usarlas expresadas en frecuencias naturales (de cada 20 personas, 1 tendrá) en vez de representaciones cognitivamente más complejas (el 5% ) y con visualizaciones que no requieran de un gran esfuerzo mental para entenderlas.
Llenando los agujeros con explicaciones alternativas
¿Y cuándo las cosas funcionan? Cuando nos encontramos con la situación de que alguien está siendo convencido sobre que su creencia es un mito (generalmente el público sin una opinión firme y cerrada), se produce un vacío conceptual que ha de ser llenado. Al exponerse a información errónea la gente crea un modelo mental, una guía donde el mito provee una buena explicación que dé coherencia al sistema cognitivo. Pero cuando este mito es derribado, si no se provee de una explicación mejor, se seguirá creyendo en el mito. Siempre es preferible un modelo incorrecto a uno incompleto. Por ello, mostrar una alternativa plausible es necesario.
Algunas reglas de oro a tener en cuenta a la hora de comunicar
- 1. Hechos núcleo: se trata de hacer énfasis en los hechos probados, no de hablar de mitos que a la larga no se puede recordar si eran *el mito* o la aclaración del mismo.
- 2. Advertencia explícita: cuando hables de cosas falsas déjalo claro. Adviértelo antes y después de la manera más gráfica posible. Se trata de minimizar la posibilidad de que alguien, por un momento, pueda pensar que eso es real.
- 3. Rellenar los agujeros: cuando das una explicación alternativa creas un vacío conceptual en el público que ha de ser rellenado con una explicación causal mejor. Por ejemplo, esta entrada de blog perdería mucho sentido si únicamente dijéramos «cuidado con divulgar así», sin ofrecer una alternativa.
- 4. Usar gráficos claros: los hechos núcleo han de mostrarse –siempre que se pueda– de manera visual e intuitiva. Usando cifras comprensibles. Hablar de frecuencias naturales (p.e: 1 de cada 4 personas) en vez de en porcentajes (p.e: 25% de personas). Lo que menor esfuerzo requiera, siempre será superior.
- 5. Tener en cuenta las necesidades del público: qué les lleva a pensar incorrectamente y cómo satisfacer esas necesidades con información correcta.
Los que estamos interesados en la ciencia debemos implicarnos en que esta ayude al progreso de la sociedad. Desmontar bulos es una tarea agotadora –la energía necesaria para crearlos es mucho menor que la necesaria para desmontarlos–, así que cabe hacer la tarea de la manera más eficiente posible. Obviamente no existe respuesta definitiva en este tema, os invito a compartir vuestras experiencias, opiniones, materiales en los comentarios y en Twitter.
Para ampliar esta información:
Lewandowsky, S., Ecker, U. K. H., Seifert, C. M., Schwarz, N., & Cook, J. (2012). Misinformation and Its Correction: Continued Influence and Successful Debiasing. Psychological Science in the Public Interest, 13, 106–131. http://doi.org/10.1177/1529100612451018
Cook, J., & Lewandowsky, S. (2011). The debunking handbook. Scientist, 9. Versión en castellano
Jos Glesaz dice
Enhorabuena por el artículo.
En la siguiente página puede descargarse la versión en español de «The Debunking Handbook»: http://www.skepticalscience.com/Debunking-Handbook-now-freely-available-download.html
Guido Corradi dice
Qué bueno, muchas gracias por el enlace : )
Danmasgar dice
Fantástico
Rafael Cejudo dice
También mi enhorabuena. Un tema relacionado es el de cómo esos bulos o mitos se transmiten. Sería muy interesante una entrada sobre ello. Harry Frankfurt ha tratado un asunto parecido a este en su «On bullshit» (2005)