Antes de entrar en faena voy a hacer dos confesiones. Confieso, primero, que he utilizado un título intencionadamente capcioso. Trucos del oficio. No tengo intención de argumentar que el pesimismo, el victimismo o el psicoticismo sean beneficiosos. Si algo demuestra la investigación – sobre todo aquella orientada a desarrollar la capacidad de toma de decisiones y la pericia – es que el éxito en casi cualquier empresa depende de hacer y aprovechar predicciones precisas a partir de claves sutiles y, casi más importante, de suspender esas predicciones cuando las claves disponibles no son informativas (Hawkins, 2004). Esa capacidad, que conecta estrechamente el aprendizaje con la inteligencia, depende en parte de predisposiciones innatas, pero, sobre todo, de haber sido sometidos a lo largo de nuestras vidas a retroalimentación fiable y consistente de nuestras propias acciones (Hogarth, 2001). Por tanto, toda tendencia a hacer predicciones o atribuciones generalizadas e independientes de la información disponible no puede ser útil. No lo es el pesimismo, pero tampoco, tal y como intentaré argumentar, el optimismo, ni ninguna otra predisposición a tener expectativas sistemáticas del signo que sean.
Y, segundo, confieso que el primer título de este artículo hacía mención a la Psicología Positiva. Pero sería injusto hacer una crítica frontal y global de toda la Psicología Positiva. Entre los psicólogos que encuadran a ellos mismos en esta orientación (¿tendencia? ¿Subdisciplina? ¿Paradigma? ¿Área?) hay muchos con una actitud lo suficientemente escéptica y una preocupación metodológica lo suficientemente desarrollada como para hacer investigación científica de calidad. A ellos, sólo les echaría en cara no hacerse oír con más claridad dentro de su propio medio. Y también podría discutir con ellos sobre la necesidad de que exista una etiqueta para la Psicología Positiva (y su misma entidad epistemológica) y sobre los riesgos de la fragmentación científica, pero no sobre la relevancia científica de su trabajo.
Pero, junto con ellos, una parte importante de la Psicología Positiva, incluidos cargos importantes de asociaciones científicas de gran influencia internacional, parece más preocupada de la promoción de la marca que de la calidad del producto. Quizá como consecuencia de ello, algunos medios de difusión de la Psicología Positiva se han visto especialmente afectados por la presencia de para- o pseudociencia, y algunas de sus referencias fundamentales y más citadas han sido criticadas por no cumplir los requisitos metodológicos exigibles (Coyne, 2014). Entre las limitaciones más frecuentes: la tendencia a confundir correlación con causalidad, un sesgo de publicación evidente a favor de los resultados que concuerdan con las expectativas generales dentro del campo y la escasez de estudios longitudinales y, sobre todo, experimentales, bien controlados. Cuando los estándares metodológicos se elevan, por ejemplo, teniendo en cuenta un rango amplio de posibles factores contaminantes en estudios longitudinales con muestras grandes y bien controlados, muchos de los efectos se debilitan o desaparecen. Así ha ocurrido en un estudio reciente publicado en The Lancet (Liu et al., 2015), con una muestra de 719.671 mujeres (el más amplio hasta la fecha), que muestra que la felicidad no tiene ningún efecto sobre la mortalidad si se controlan las condiciones objetivas que explican tanto la felicidad como la mortalidad. Esto es, no existe una conexión causal directa entre felicidad y mortalidad.
Aún por debajo de este estrato limítrofe está una parte muy importante de la Psicología popular, de divulgación y de autoayuda (recordemos, la que más dinero mueve, y a través de la cual la sociedad nos conoce), instalada en ‘qué lindo sería el mundo si tú realmente quisieras’, y que inunda nuestros muros de Facebook y nuestros timelines de Twitter. El pensamiento positivo que nos bombardea sería sólo un poco enojoso, pero no peligroso, si no fuera porque, responde a una ideología y unas motivaciones económicas concretas (Ehrenreich, 2009), porque hace a las personas responsables únicas de sentirse bien, bajo la amenaza de ser tildadas de tóxicas, porque oculta las verdaderas causas del bienestar o malestar psicológicos, y porque interfiere con las intervenciones serias encaminadas a promover la salud mental y física. (Véase, por ejemplo, la polémica que se ha desatado por la propuesta del Gobierno Británico de facilitar terapia cognitiva a los desempleados, como forma de luchar contra el desempleo).
Puesto que mi postura en relación con los tres estratos ya ha quedado bastante clara, y previendo que el debate podría enconarse, me centraré en la crítica del último. Por razones didácticas resumiré el pensamiento positivo en tres lemas (con los cuales, sospecho, una inmensa mayoría de la población, psicólogos incluidos, estarían de acuerdo): sé optimista, no te rindas nunca, se positivo. Los tres infundados, los tres contraproducentes.
Sé optimista, cuando la realidad lo permita
El optimismo se define como una tendencia estable a pensar que el futuro será positivo. Esta es una definición un poco difusa, y existen muchas fuentes que intentan definir el verdadero optimismo según la ciencia. Por desgracia, he encontrado varios optimismos verdaderos y no he sabido por cuál decantarme. Lo que sí me ha quedado claro es que algunos de los defensores de sus bondades no tienen inconveniente en definirlo como un sesgo, e incluso como irracional (Sharot, 2011), pero insisten en que ese sesgo tiene un valor adaptativo y ejerce de factor protector del bienestar futuro.
Una de las primeras demostraciones del sesgo optimista y su relación con la salud mental fue el descubrimiento de que las personas deprimidas tienen una percepción más ajustada a la realidad del control que ejercen sobre lo que pasa en su entorno. O dicho de otra manera, que las personas no deprimidas perciben tener control sobre cosas que realmente no dependen de ellas (la llamada ilusión de control). Esa demostración llevó a la idea de que las personas deprimidas son más sabias pero más tristes (Alloy & Abramson, 1979). En los últimos años, sin embargo, un análisis más pormenorizado de este efecto ha demostrado que tal diferencia entre personas deprimidas y no deprimidas se debe, fundamentalmente, a que las personas no deprimidas son más activas a la hora de intentar confirmar sus hipótesis, y por tanto, tienen más oportunidades de caer en un sesgo confirmatorio, del que son víctimas tanto unas como otras. Por tanto, malas noticias, la ilusión de control no parece discriminar entre personas con mayor o menor riesgo de depresión (Blanco et al., 2012).
Por supuesto, hay muchas demostraciones de que el optimismo predice a medio y largo plazo un mayor bienestar (Alarcón et al., 2013). El principal problema con estas demostraciones, como ya he comentado, es que es muy difícil atribuir un rol causal al optimismo en ese bienestar futuro y sobre todo, si lo que causa ese optimismo en primer lugar no es precisamente la experiencia previa de eficacia y éxito del individuo, en cuyo caso el optimismo podría ser intermediario del bienestar o un simple epifenómeno, a pesar incluso de tener valor predictivo en estudios longitudinales. Esta última distinción no es baladí, porque es la que justificaría una intervención directa sobre los niveles de optimismo para causar bienestar en el futuro. En otras palabras, si un mero cambio en la forma de percibir el futuro, sin cambiar las condiciones que lo han generado podría provocar resultados positivos. Y ahí, precisamente, es donde la evidencia flojea.
Por otra parte, no escasean en la literatura demostraciones de los peligros del optimismo. Muchas de esas demostraciones provienen de la economía conductual, y permanecen fuera de la órbita de los estudios que utilizan expresamente la palabra optimismo. Esa literatura muestra evidencia, no sólo correlacional sino también experimental, de la existencia de la llamada falacia de planificación, una tendencia casi universal a infraestimar el tiempo que se tardará en completar un plan. Las parejas, por ejemplo, tienden a infraestimar el tiempo que tardarán en conseguir un embarazo (Weinberg et al., 1994) y los políticos tienden a minusvalorar cuánto tiempo y recursos requerirá una obra pública (Flyvbjerg, 2006). En general, las consecuencias negativas de una estimación optimista, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, también se han hecho evidentes (Buehler et al., 2002).
Ante esto podría argumentarse que el optimismo eficaz no es el que se refiere al tiempo que se tarda en terminar una tarea (nota: este argumento podría reiterarse sine die), sino al referido al resultado final de esa tarea. En este sentido, se ha hecho recientemente muy popular el trabajo de Gabrielle Oettingen sobre la relación entre fantasías positivas y motivación, aplicado en el ámbito de la promoción de la salud (Oettigen, 2012). Sus resultados muestran que las representaciones positivas del futuro disminuyen la motivación y reducen considerablemente las posibilidades de éxito cuando se tiene la intención de mejorar los hábitos alimenticios, incrementar la actividad física, o cambiar eficazmente cualquier otro comportamiento orientado a una meta. Por el contrario, contrastar la realidad con el objetivo, visualizar los obstáculos que se interponen en su consecución, e idear soluciones para esos obstáculos, mejora notablemente las posibilidades de éxito. Moderar el optimismo hacia una actitud más realista es pues más eficaz que simplemente ensoñar el objetivo. O, en otras palabras, si puedes soñarlo, no necesariamente puedes hacerlo.
No te rindas nunca, o mejor sí
El segundo principio universal del pensamiento positivo es la alergia a rendirse. Esfuérzate hasta que lo consigas, ergo, si no lo consigues es que no te has esforzado lo suficiente. Ups.
Volviendo a la economía conductual, los costes sumergidos (en inglés sunken costs) de una decisión son muchas veces invisibles. Me he comprado unos zapatos chulísimos que me han costado un riñón, pero si no acepto que me hacen daño, puedo seguir manteniendo la fantasía de que no desperdicié el dinero, simplemente lo invertí. Mientras tanto, los zapatos siguen ocupando un valioso espacio en el armario o, peor, me los sigo poniendo a pesar de que me destrocen los pies.
Asunto banal el del coste sumergido de los zapatos, pero no tanto cuando pensamos en aquellas empresas personales cuyo mantenimiento sigue incurriendo en costes significativos (en términos de tiempo, de esfuerzo y de dinero) mientras no las abandonamos, a pesar de que, llegado un punto, está claro que los costes futuros (que son los que realmente importan) son mayores que los potenciales beneficios. Por tanto, tal y como mantiene Stephen Dubner, uno de los autores del exitoso libro Freakonomics, “rendirse es bueno, y deberías hacerlo más a menudo”. Tal y como comentaba en la introducción, tomar buenas decisiones es discriminar de forma precisa si los beneficios futuros de una decisión superan su coste, y entre los costes, no debemos olvidarlo, están los derivados de no tener más tiempo para hacer otras cosas más agradables o provechosas.
No rendirse nunca, por otra parte, es primo hermano de aspirar siempre a lo mejor. Pon todo tu esfuerzo, todo el tiempo que sea necesario, en conseguir lo mejor y sólo lo mejor. Las personas que no se conforman con la segunda mejor opción reciben el nombre de maximizadores (Schwartz, 2004), frente a los satisfactores que serían aquellas personas que se conforman con la primera opción que encuentran que satisface unos mínimos previamente establecidos, sin preocuparse de si habrá en el mercado una opción mejor. Las propiedades psicométricas de la escala de maximización-satisfacción son razonablemente aceptables, lo que demuestra que responde a un rasgo latente más o menos estable. Para no caer en la falacia de la causalidad no diré que las puntuaciones cercanas al extremo de maximización causan menor bienestar. Simplemente diré, que maximizar correlaciona significativamente con niveles más bajos de satisfacción vital (Roets et al., 2012). Aún así, mi consejo, más allá del de Dubner (ríndete más a menudo), sería ríndete antes, al menos antes de haber obtenido el mejor resultado posible si el coste es mayor que el beneficio. Da igual lo que hayas invertido hasta ahora, aún estás a tiempo de rendirte.
Sé positivo, o no tanto
Por último, el mantra entre los mantras: ten una actitud positiva (así, a lo bruto). ¿En qué se traduce exactamente eso? Si no significa solamente ser optimista sobre el futuro, debe ser también cambia el sentido de tus emociones, de negativas a positivas.
En Psicología, las habilidades para modular las emociones se denominan estrategias de regulación emocional. Suponen un área de enorme importancia en casi cualquier ámbito aplicado, y se definen como “el conjunto de procesos mediante los cuales influimos en qué emociones experimentamos, cuándo las experimentamos, o cómo las experimentamos” (Zarolia et al., 2015). Insisto, las habilidades de regulación emocional son un ingrediente fundamental de la salud mental. Su importancia es central. ¿Dónde se comete pues el error? Cuando entendemos que regular adecuadamente las emociones es reducir su valor negativo, esto es, hacerlas simplemente menos desagradables. Esa tendencia es tan acusada que las escalas para medir estrategias de regulación emocional sólo suelen incluir aquellas que utilizamos para manejar las emociones negativas como la ansiedad, la tristeza o la ira. Existe pues un sesgo a pensar que las emociones negativas necesitan ser reguladas y las positivas no. Ambas suposiciones son falsas y para apoyar mi información me basaré –perdonadme el egocentrismo— en nuestras propias investigaciones.
Sabemos que una dimensión importante de la impulsividad es la urgencia positiva, la tendencia a perder el control sobre los propios impulsos (e incurrir en comportamientos de riesgo o poco saludables) cuando se está bajo la influencia de una emoción positiva. La urgencia positiva correlaciona con medidas de inflexibilidad en el aprendizaje, con el uso abusivo de internet y el consumo de alcohol, y con el juego de azar problemático (Billieux et al., 2010). Estos datos sugieren, que el entrenamiento de habilidades emocionales dirigidas al control de comportamientos impulsivos debería incluir también las habilidades para controlar e incluso disminuir las emociones positivas, al menos en ciertos contextos. Y, a la inversa, también deberíamos desterrar la idea de que las emociones negativas deben rebajarse sistemáticamente. Sentirse mal es absolutamente necesario. Por ejemplo, unos niveles de ansiedad adecuados nos protegen del riesgo de cometer actos perjudiciales.
En el caso del juego patológico (un tema en la que llevo algo de lectura adelantada), uno de los principales problemas al que nos enfrentamos es que las pérdidas monetarias no tienen el impacto emocional que deberían. En un estudio en vías de publicación y que presentaremos en breve aquí, hemos observado que los jugadores patológicos usan con más frecuencia que los controles ciertas estrategias de regulación emocional que suelen considerarse adaptativas (por ejemplo, la refocalización positiva, que equivale, casi exactamente al consejo habitual de “ver el lado positivo de las cosas”). Es más, los jugadores que hacen más uso de las estrategias refocalización en la planificación y poner en perspectiva, también teóricamente adaptativas, son menos capaces de valorar adecuadamente el dinero que pierden, sufren el juego patológico con mayor gravedad, y son más tendentes a tener ideas distorsionadas de sus posibilidades de ganar y de controlar el resultado del juego. Estos resultados están en concordancia con otros estudios que demuestran la importancia de conservar los sentimientos de displacer asociados a las emociones negativas, para que estas cumplan la función para la que están biológicamente diseñadas (Cristea et al., 2012).
Conclusión
Como adelantaba, mi intención no es confrontar la Psicología Positiva en su conjunto, sino hacer patente la deformación que el pensamiento positivo –como corriente más amplia– está provocando en la Psicología y, dentro de ella, de forma especialmente severa en la Psicología Positiva.
Los riesgos de esa deformación son evidentes: el primero es el peligro de sustituir las intervenciones efectivas para mejorar el bienestar de los ciudadanos por intervenciones buenistas basadas en correlaciones potencialmente espurias y, por tanto, de poca eficacia. Algunas de esas intervenciones, por ejemplo la promoción de la autoestima en el ámbito pedagógico, se han hecho muy populares, pero la ciencia que las sustenta es débil, y es poco probable que tengan un efecto significativo en medidas de éxito y satisfacción futuros.
El segundo es culpar a las personas de su propio sufrimiento. La carga de la obligación y el fracaso en conseguir cumplir con las expectativas que se derivan de tal obligación son, sobre todo, una fuente de sobreesfuerzo y frustración. Por otra parte, es inaceptable que un psicólogo acepte y use la etiqueta de persona tóxica o persona vírica. Cada vez con más frecuencia, los terapeutas se encuentran con clientes que se identifican a ellos mismos como tóxicos por haberse identificado con esa descripción de persona dañina para los demás: una descripción que carece del más mínimo rigor científico, y para la que no hay ningún instrumento que permita corroborarla. El único instrumento que permite detectar a las personas mal llamadas tóxicas es la propia intuición, es decir, los propios prejuicios. Uno de los principales avances de la Psicología fue interiorizar que el sufrimiento no es una cuestión de actitud, sino que está fundamentado en la historia del individuo, y difícilmente puede desaparecer (suponiendo que el sufrimiento siempre debería desaparecer) sin cambiar las circunstancias que lo sustentan. El pensamiento positivo, por tanto, contribuye directamente al estigma de la enfermedad mental y de otras enfermedades que han sido convertidas, en el imaginario colectivo, en enfermedades psicosomáticas. En un caso extremo, se ha llegado a afirmar que contraer o curarse de cáncer, depende significativamente de tener una adecuada actitud, positiva, hacia la enfermedad. Esa falacia ha alcanzado la magnitud suficiente como para que las asociaciones de lucha contra el cáncer se hayan visto obligadas a hacer campaña para desmentirla.
El tercero se sitúa al nivel de políticas públicas, y tiene connotaciones económicas e ideológicas. Colocar la responsabilidad del bienestar del propio individuo en factores internos y, por tanto, intentar intervenir sobre esos factores internos, por ejemplo, para mejorar la empleabilidad, mejorar la salud o incrementar el rendimiento, implica olvidar e infrafinanciar el abordaje de las causas objetivas y externas que, sin duda, tienen una influencia (en términos científicos, un tamaño del efecto) mucho mayor. Cargar de responsabilidad al individuo significa descargar a la sociedad y ahorrar costes a la administración: una postura defendible pero que hay que defender de forma consciente.
Flavio xavier dice
Escrevo em portugues, pois leio mas não escrevo nessa lingua de vocês: olé! Genial o artigo. A obrigação da felicidade responsabiliza o infeliz pelo seu sifrimento estigmatizando-o! E a ciência não pode ser tão pouco neutra ao ponto de se modificar em torcedora,: uma psicologia que aoenas escute os assuntos alegres! Isso é revoltante.
Laura dice
Interesante artículo, voy a escribir algo al respecto del tema que describes en mi blog, ¿te importaría que dejara un link con tu artículo como referencia?
Cefe dice
Enorme artículo.
Como sugerencia para posibles futuros posts, os comento que me encantaría leer sobre cómo la cultura de la psicología positiva encaja tan bien en nuestra sociedad (i. e. por qué tengo mis TLs de facebook y twitter plagados de posts) en la línea de lo que se menciona en el penúltimo párrafo. Supongo que como sugiere el artículo porque confirma nuestros propios prejuicios. Estaría bien que explicarais algunos aspectos de nuestra sociedad que dan sustrato al desarrollo de la psicología positiva (por ejemplo, inventando, se me ocurre que la economía liberal también se sustenta hasta cierto punto en la premisa ‘uno llega hasta donde quiere’).
Un saludo.
José César Perales dice
En primer lugar, muchas gracias por tu amable comentario.
Estoy totalmente de acuerdo en que, como producto, la Psicología Positiva y el pensamiento positivo han encontrado un caldo de cultivo propicio en este momento concreto. En su libro, B. Ehrenreich, sin ser tampoco economista ni socióloga, ahonda bastante más en ese tema que yo (http://www.theguardian.com/books/2010/jan/10/smile-or-die-barbara-ehrenreich), y creo que lo hace en la dirección adecuada.
Yo, como psicólogo, no me siento particularmente autorizado a hablar de la materia, pero recuerdo leer con particular interés algún material sobre el papel que tuvo el pensamiento positivo (y el silenciamiento de las «personas tóxicas» que alertaban sobre el peligro) en la gestación de la crisis del 2007.
Estaría encantado si alguien recogiera el guante que tú lanzas.
Un saludo,
—j.
Alan dice
¡Hola!
Estoy de acuerdo en casi todo, y especialmente grave me parece lo sospechosamente ventajoso que este tipo de «ideologías» son para el actual sistema hegemónico neo-liberal. La afirmación, muy extendida, de que la sociedad capitalista actual es meritocrática, es una enorme falacia para esconder insuficiencias del sistema socioeconómico en el que vivimos.
No obstante, me sorprende la afirmación rotunda de que las personas tóxicas o víricas no existen. No soy psicólogo y por tanto soy un completo neófito en el tema, pero mi experiencia personal me hace pensar que existen personas que, sin tener grandes condicionantes en su contra, viven una vida amargada simplemente por su victimismo. Todo es malo, y todo lo malo es culpa de los demás o del mundo, nunca de ellos mismos. Esa falta de autocrítica y esa búsqueda continuada de excusas ficticias, ¿acaso no es tan contraproducente como un optimismo infundado ? Sin olvidar que ese tipo de actitudes se pueden «contagiar» a las personas del entorno.
Por pura intuición, y sin ser experto en la materia, se me ocurre que en el devenir de la vida de las personas influyen tanto las circunstancias que las rodean, que son fundamentales, como su actitud frente a lo que perciben como obstáculos. ¿Ando muy desencaminado ?
Gracias
José César Perales dice
Estimado Alan,
Muchas gracias por tus elogios.
Como ya he respondido al comentario anterior, he preferido no entrar de lleno en el asunto de las conexiones del pensamiento positivo con la política y el sistema económico liberal. Hay estudios que indican la existencia de lazos en los dos sentidos: el pensamiento positivo como una de las fuentes inspiradoras de ese modelo político-económico, y, a la inversa, el modelo como causa del auge del pensamiento positivo. Aún sabiendo que esos análisis existen, no me siento capacitado para apoyarlos o rebatirlos.
Respecto de la «toxicidad», el principar problema es que no es más que una invención de un best-seller de autoayuda que tuvo bastante éxito hace unos años, y que luego algunos medios (incluso psicólogos) han ayudado a difundir. Un rasgo psicológico se define por un conjunto de comportamientos que correlacionan entre sí y que se supone que tienen una causa interna común. Esos comportamientos pueden observarse, y si la correlación entre ellos es consistente y estable, y los instrumentos para medirlos cumplen una serie de criterios psicométricos, entra a formar parte de la literatura científica. Rasgos como la impulsividad, la extraversión o el psicoticismo son ejemplos clásicos. La «toxicidad» no cumple ninguno de esos criterios, y tiene un problema añadido. No es una etiqueta puramente descriptiva, sino peyorativa, lo que viola un principio deontológico básico en Psicología.
Como también advierto desde el comienzo, el título tiene un punto intencionado de sensacionalismo. No pretendo defender que las características de la gente a la que se califica de tóxica sean útiles o beneficiosas en sentido alguno. Si acaso, me preocupa que haya personas que se identifiquen con esa etiqueta en la creencia de que tiene algún tipo de validez científica.
Un cordial saludo,
José C. Perales
ajrf dice
De hecho lo que puede ocurrir es que si en un país hay un gobierno que es hostil para las empresas, de poco servirá tener una actitud positiva si luego las administraciones le ponen al empresario/emprendedor mil trabas para poder constituír su actividad. De quien es la culpa, del emprendedor que no tiene una actitud positiva o de un Estado ultraintervencionista? Pues eso.
F. Perfectti dice
Coincido con Cefe. Tremendo, por bueno, artículo. Me ha recordado un paper de R. Nesse que leí hace ya un tiempo y que explicaba la necesidad evolutiva de las emociones tanto positivas como negativas:
«Natural selection and the elusiveness of happiness»
Philos Trans R Soc Lond B Biol Sci. 2004 Sep 29; 359(1449): 1333–1347.
doi: 10.1098/rstb.2004.1511
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/15347525#
Saludos y enhorabuena por el post
José César Perales dice
Muchas gracias.
Me apunto la referencia, que no conocía, pero que tiene pinta de ser muy interesante.
Un saludo,
José C. Perales
Anonimo dice
En las conclusiones se dice: «Cada vez con nás frecuencia, los terapeutas se encuentran clientes que se identifican como tóxicos por haberse identificado con esa descripción de persona dañina para los demás». Me gustaría saber el estudio en el que se basa el autor para afirmarlo. Ah no? Que no hay estudio? No será que el autor se inventa cosas para justificar sus argumentos? Acaso nos intenta engañar? Quizá el autor es un mensajero de las pseudociencias, que hacen lo mismo que él, decir cosas sin base empírica?
Bueno, pues no, ni el autor es un pseudocientífico (pero… ¿a que fastidia que usen cualquier excusa para desacreditarte?), ni la psicología positiva es un invento del capitalismo, ni hay un movimiento de víctimas del pensamiento positivo. Lo que sí hay es un movimiento de personas que, «a lo superman», creen defender a un inmenso grupo de supuestas víctimas del pensamiento positivo. Y el autor pertenece a ese movimiento, no hay duda. Frente a su tesis, me guataría proponer otra: El que se crea las frases positivas, como las que propone el autor u otras, DE FORMA LITERAL, no es infeliz por culpa del movimiento del pensamiento positivo (ni mucho menos por culpa de la psicología positiva): Sencillamente ya era probablemente un infeliz desde antes (iba a decir un «tonto» pero no quiero ofender a nadie) . ¿O no? Por lo demás, el artículo describe algunos estudios que son interesantes, y están bien contados; por esa parte, muy bien.
José César Perales dice
Estimado comentarista no identificado,
Habría agradecido un comentario algo más ordenado y más cuidado en las formas (por lo menos las gramaticales). Pero igualmente paso a contestarle.
– Respecto de su primer comentario, la afirmación concreta se basa en la observación puramente anecdótica y en el artículo no la disfrazo haciéndola pasar por otra cosa. No soy una persona ajena al área y me comunico a menudo con mis colegas terapeutas. Desconozco si son muchas o pocas las personas a las que el calificativo de tóxicas les causa un problema, pero, si lee el párrafo desde el principio hasta el final, verá que el núcleo de la crítica no es ése, sino el uso de una etiqueta (persona tóxica) que 1) carece de apoyo empírico alguno y 2) contrariamente a los principios más elementales de la evaluación psicológica no es puramente descriptiva sino denostativa. No es un rasgo del comportamiento medible y operacionalizable, es sólo una etiqueta peyorativa, esto es, un insulto.
– Le animo a que me diga en qué momento desacredito a alguien. El artículo está escrito en un tono general de respeto hacia mis colegas, y reconozco desde el primer momento que dentro de la Psicología Positiva los hay muy dignos y muy serios. Las críticas que hay hacia la Psicología Positiva (las menos) no son destructivas y sólo critico duramente el pensamiento positivo como deformación de la Psicología, aportando datos concretos de por qué me parece erróneo y perjudicial.
– En relación a esto, que el pensamiento positivo tiene potenciales consecuencias negativas para el bienestar de las personas no lo digo sólo yo. La evidencia al respecto es bastante consistente (http://pps.sagepub.com/content/6/3/222.short).
– Tampoco sé muy bien de donde saca que yo haya dicho que haya un inmenso grupo de víctimas del pensamiento positivo a las que pretendo defender. Lo que he defiendo es que el pensamiento positivo es una pobre simplificación de la Psicología científica y que muchas intervenciones basadas en él son, en el mejor de los casos, un derroche de recursos que deberían utilizarse en otras medidas demostradamente más efectivas.
Atentamente, y deseando que la próxima vez haga una lectura más detenida antes de lanzarse a opinar,
José C. Perales
MARICELIS GUEDEZ dice
Un artículo excelente!!
Yo lo resumiría en: Se optimista cuando la realidad lo permita, aprende a rendirte cuando sea necesario, se positivo pero no comeflor.
El pensamiento positivo encaja como anillo al dedo en una sociedad que se cansó de dogmas religiosos pero que aun necesita creer desesperadamente.
José César Perales dice
Muchas gracias Maricelis,
Buen resumen, aunque yo intentaría evitar lo de «comeflor», como cualquier otra etiqueta personal.
Un saludo,
José C. Perales
Yoriento dice
«Si quieres, no siempre puedes». Sencillamente espectacular y documentado.
José, si tienes blog o cuentas en redes, porfa, ¿podrías pasarla para seguirlas?
Un saludo.
José César Perales dice
Muchas gracias, Yoriento, me siento muy halagado.
No tengo blog propio, lo siento. Mi cuenta de twitter es @JCesarPL, aunque te advierto que es un cajón de sastre de todo un poco. Tengo poca capacidad para la contención verbal.
Un saludo cordial,
José C. Perales
Lucas Gallardo dice
Me gusto el artículo, algunas cosas no las pude entender soy novato, pero es bueno «pensar» que las etiquetas sobre personas tóxicas carece de fundamento , hace un tiempo lei sobre un estudio que demostraba el poder de las «expectativa» en las personas , es decir ;
Si alguien te dice que algo es bueno vas a tender a tener una opinion favorable sobre eso, seguramente debe tener un nombre mas técnico lo que me refiero, que alguien me ayude con el concey, saludos desde Argentina.
José César Perales dice
Hola Lucas,
Muchas gracias por el comentario positivo. El fenómeno que describes se corresponde en parte con lo que en Psicología se conoce como «Efecto Pigmalión» o «Efecto de la profecía autocumplida». Más concretamente, no es tanto la etiqueta, sino la expectativa que ésta genera la que hace que el comportamiento de la persona afectada cambie de una forma u otra y acabe acomodándose a esa expectativa. Se ha estudiado mucho en el ámbito de las relaciones entre profesores y alumnos.
Un cordial saludo,
José C. Perales
Eva Rodriguez dice
Muy buena reflexión.
José César Perales dice
Muchas gracias. Me alegro de que la veas así.
jasev dice
Debe ser un sesgo cognitivo, pero cuando me encuentro a alguien que describe de forma detallada desde una posición de autoridad, citando literatura científica y pareciendo que sabe de lo que habla, aquello que ya pensaba desde el principio, me parece un buen artículo.
Porque estoy muy harto de los articulitos de pensamiento positivo; en una sociedad en la que se glorifica el egoísmo culpando a los perdedores de la sociedad de su propia pobreza, llegar al extremo de culpar a los infelices de su propia infelicidad y animar a alejarse de ellos porque estropean nuestra propia infelicidad me parece particularmente perverso.
Hoy mismo he tenido que ver cómo una amiga cuelga en su muro de facebook otro articulito (el enésimo) animando a alejarse de las amistades tóxicas, definiendo dichas personalidades básicamente como aquellas que nos «cortan el rollo» (todo muy bien descrito con jerizonga pseudocientífica, claro está).
jasev dice
Fe de erratas: donde se dice «estropean nuestra propia infelicidad», obviamente sobra el «in».
José César Perales dice
Hola Jasev,
Eso a lo que te refieres se llama «sesgo confirmatorio», y nadie está libre del mismo (ni siquiera los que conocen de su existencia).
Como bien dices, lo importante es la calidad de la información a la que nos exponemos e intentar dejar a un lado nuestra opinión para evaluarla. La información que apoya el pensamiento positivo, en general, es de muy baja calidad, pero mantegámos dispuestos a asimilar información que contradiga nuestros puntos de partida si está meticulosamente adquirida. Como comento en el artículo, tengo en buena estima el trabajo muchos psicólogos que se consideran a ellos mismos parte de la corriente de la Psicología Positiva.
Con lo de la etiqueta de «persona tóxica» , sin embargo, prefiero mantenerme tajante, por las razones que he expuesto anteriormente. Esa etiqueta no habría tenido el éxito que ha tenido si no se hubiera generado en el ambiente general que tú describes, en el que se incientiva la vía fácil de culpar a los demás de mis males, en lugar de hacer el esfuerzo de entender dónde están las causas del comportamiento. Nadie, pero especialmente ningún psicólogo, debería partir el mundo entre buenos y malos (ni la Psicología en «positiva» y «negativa»).
Un cordial saludo,
José C. Perales
Daniel dice
Hola José
Gracias por el artículo. Muy interesante y necesario. Lo voy a divulgar lo más que pueda.
¿Sabes quien es o era Nathaniel Branden?
Si es así, ¿pensas que es posible que sus escritos sobre la «autoestima» hayan influenciado y en parte sean el origen de tanto llevar y traer ese término superficialmente? ¿ De una «cultura» de la autoestima?
Disculpa si no me expreso claramente, soy totalmente neófito en esto pero sí me llamaron la atención varias cosas que mencionas en el artículo por haberlas percibido en general. Por ejemplo esta supervaloracion de frases optimistas y reacciones negativas hacia quien no comparte «alegremente» esos mensajes.
José César Perales dice
Hola Daniel,
Sinceramente, no lo conocía, más allá de una vaga familiaridad con el nombre. Sin duda parece un hilo interesante del que tirar.
Por lo demás, creo que se te entiende perfectamente. Mi preocupación no es tanto por el propio concepto de autoestima sino por las formas supeficiales de promocionarla que se han acabado imponiendo en algunos contextos. Como ocurre con la autoeficacia y con otros constructos que empiezan por «auto», se tiende a caer en la falacia de que pueden manipularse sin considerar el contexto en el que se generan.
Incrementar la percepción de autoeficacia o autoestima sin trabajar las habilidades de base que permiten un cierto grado de éxito en las tareas sólo puede llevar, en mi opinión, a una percepción inflada de esas habilidades que, antes o después, acabará entrando en conflicto con la realidad.
No quiere eso decir que no haya que trabajar la autoestima; por supuesto que sí, pero de forma gradual y, sobre todo, proporcionando «feedback» real, tanto positivo como correctivo, sobre la propia ejecución, en contextos sociales y académicos reales. Aún cuando este feedback debe ser prioritariamente recompensante, también es importante inocular cierto grado controlado de estrés o frustración, junto con el entrenamiento en las herramientas necesarias para manejarlos.
Un cordial saludo,
José C. Perales
Carolina dice
Hola, me parece un artículo muy interesante y realmente hay cosas que me han hecho reflexionar. Sí, yo misma escribí sobre personas tóxicas, y sinceramente, lo que más me ha removido es que su uso peyorativo no es eticamente correcto.
Es cierto que de alguna forma, y seguramente es una forma de justificarme, es un intento de divulgar que hay personas con las que hay que poner límites, personalmente me ha ocurrido a mí, porque me sentía agotada al pasar tiempo con ellos, pero es cierto, no es científico y no deberíamos caer en estas cuestiones.
Para mí, esos mensajes positivos tan generales podríamos matizarlos como: ecuanimidad, esforzarse pero no forzarse y dar espacio a las emociones.
Gracias. Me has hecho replantearme algunas ideas que tenía.
José César Perales dice
Hola Carolina,
Muchas gracias. Por cierto, muy interesante tu blog. Mucho ánimo con la enorme tarea que tienes por delante.
Me alegro de que mi artículo haya servido para hacerte pensar, de veras. No pretendo erigirme en guardián de las esencias, pero creo que debemos pelear por una psicología tan objetiva y sistemática como podamos.
Curiosamente, la cuestión de las «personas tóxicas» no era la fundamental del artículo. Como confieso al principio del mismo, nombrarlas en el título era una estratagema para llamar la atención. La crítica iba más dirigida al pensamiento positivo en general y como esa atmósfera permite que surgan conceptos como el de persona tóxica (y otros). Entiendo que no puede desligarse una cosa de la otra.
Dicho esto, estoy totalmente de acuerdo contigo en que es absolutamente imprescindible dotar a las personas de herramientas para hacer valer sus derechos. Como psicóloga, recordarás que en los manuales de terapia de conducta había siempre un capítulo dedicado a la asertividad: el conjunto de habilidades sociales que nos permiten confrontar a los demás sin violentar sus derechos. Negarse a hacer favores que van más allá de lo razonable, expresar opiniones divergentes, o reaccionar a una ofensa personal son habilidades que se adquieren con el entrenamiento adecuado.
Pero ser capaz de practicar esas habilidades empieza por entender que las conductas de los demás también tienen una causa. Cuando tildamos a alguien de tóxico, en el fondo estamos diciendo que hay un defecto en su esencia, y eso, creo, contraviene una idea importante de la Psicología, la de entender las conductas como el resultado de una historia personal y, por tanto, modificables.
Un cordial saludo,
José C. Perales
Alberto Ortega Maldonado dice
Estimado José Cesar:
En primer lugar muchas gracias por compartir un texto tan trabajado y completo, dirigido a reflexionar críticamente sobre aspectos importantes relacionados con la actividad investigadora y profesional de la Psicología de hoy en día.
En general comparto muchas de las ideas que plasmas en tu texto, sobre todo en lo que se relaciona al fenómeno de pensamiento positivo, las limitaciones del optimismo y la necesidad del control emocional. Ahora bien, en lo que debo disentir de forma tajante es en la asociación que planteas entre estos tres temas y la Psicología Positiva (PsiPos). Debo confesar que desde la posición que ocupo como investigador y profesional interesado y que trabaja desde la perspectiva de la PsiPos, no me siento identificado en ninguna manera con la práctica totalidad de ideas que según comentas pertenecen a la PsiPos.
En primer lugar, como bien comentas sobre la investigación en PsiPos, ésta es llevada a cabo por investigadores que intentan hacer su trabajo de forma rigurosa y crítica. Puntualizando tu comentario, yo opino que no son sólo algunos, sino la mayoría de ellos, los que así trabajan. Es más, no creo que exista demasiadas diferencias en cuanto a calidad de la investigación entre los psicólogos que investigan en PsiPos y los que lo hacen en otras temáticas, como tampoco creo que exista demasiada discrepancia entre las imágenes o frases que se difunden en RRSS sobre Psicología, Nutrición, Neurociencias, o cualquier disciplina científica; y la realidad que corresponde a los resultados de la investigación empírica en estos campos. Igualmente que en el resto de casos, la PsiPos convive con esa realidad, que pone en entredicho y sesga el trabajo científico debido este tipo de elementos de comunicación simplistas, genéricos y en demasiadas ocasiones carentes de fundamento o base. Quizás la ciencia esté equivocándose en la forma de transferir o divulgar sus resultados, y de ahí que este tipo de comunicación masiva por RRSS esté pudiendo perjudicar en demasía. Pero sinceramente, no creo que sea un problema exclusivo de la PsiPos, sino de la academia en general. Para terminar con esta parte del comentario, y en el mismo sentido, opino que la crítica sobre fenómenos mediáticos y sesgos presentes en la publicación de resultados científicos, podría ser igualmente extensiva a la Psicología y/o a la Ciencia en general. Es más, quizás sería un buen tema para escribir en este tipo de blogs, con capacidad crítica e interesados en profundizar en este tipo de cuestiones.
Entrando de lleno en los 3 grandes apartados del discurso, me gustaría aclarar algunas ideas expuestas que, desde mi punto de vista, no se ajustan de ninguna manera a la mayoría de discursos y trabajos relacionados con la PsiPos. Es más, el punto de vista del autor y de la PsiPos respecto a estos temas es en su mayoría coincidente.
Sé optimista, cuando la realidad lo permita: Desde la PsiPos no se entiende ni trabaja el optimismo como una idea relacionada con el lema basta con atribuir éxito en el futuro para tener éxito. Esta idea, en la que se basan principalmente las obras y conferencias sobre pensamiento positivo, no encaja con la PsiPos, que entiende el optimismo como un recurso que permite dirigir los esfuerzos a la consecución de metas u objetivos. Además, como bien comentas, desde la PsiPos se entiende que el optimismo, como el pesimismo, tiene límites, persiguiéndose un comportamiento adaptativo relacionado con el análisis de los propios recursos personales y sociales, para idear pautas de comportamiento encaminadas a metas planificadas y alcanzables. Este ajuste entre habilidades y retos o metas es una idea continua dentro de la PsiPos, como puede verse por ejemplo en los trabajos de Csikszentmihalyi sobre el Flow.
https://scienceandvalues.wordpress.com/2010/02/26/csikszentmihalyis-flow-pleasure-and-creativity/
No te rindas nunca, o mejor sí: Al igual que en el caso anterior, no creo que desde la PsiPos se pretenda que las personas persigan objetivos que sobrepasen las capacidades y recursos personales y sociales. Al contrario, como comentaba, se trata de trabajar en esta dirección de “ajuste”. Por ejemplo, las investigaciones sobre coping positivo o meaning focused coping, se centran en conocer el efecto que tiene afrontar situaciones estresantes a través de estrategias relacionadas con la aceptación, la reinterpretación y reevaluación, el establecimiento y reordenamiento de metas, y la revisión de prioridades. Se trata por tanto de ajustar el comportamiento y encaminarlo hacia nuevos objetivos, más y mejor amoldados a la nueva realidad. Por tanto, no rendirse, desde la PsiPos no significa empecinarse en un objetivo que no se ajusta a los recursos, sino aceptar, reevaluar y reencaminarse hacia un objetivo mejor definido y realizable, para alcanzarlo, crecer y desarrollarse personalmente. Una vez conseguido, será el momento de volver a plantearse nuevos retos.
https://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=O_F5AgAAQBAJ&oi=fnd&pg=PA193&dq=meaning+focused+coping&ots=lU2Pup8xE2&sig=JU4w7Xgy3J_yEUsQkROkW-e5Lhw#v=onepage&q=meaning%20focused%20coping&f=false
Sé positivo, o no tanto: Para no extenderme demasiado, vuelvo a incidir en el mismo argumento. Desde la PsiPos no se defiende la evitación total de las emociones desagradables (negativas) ni la necesaria omnipresencia de las emociones agradables (positivas). De hecho, por ejemplo, comúnmente en las intervenciones positivas se suele explicar a los usuarios la importancia tanto de un tipo de emociones como de otras, haciendo referencia a su origen y función, su utilidad, su necesidad y sobre todo, su adecuado ajuste. Tan sólo se trata de facilitar que las emociones negativas y positivas estén presentes en aquellas situaciones para las que son útiles, entendiendo que, actualmente existe un sesgo desadaptativo en referencia a la frecuencia de sentir emociones desagradables de alta intensidad, perjudiciales para la salud y el bienestar. Como claro ejemplo de la defensa de los límites de la positividad, se encuentra por ejemplo la conferencia que el Dr. Gonzalo Hervás, ofreció en las pasadas II Jornadas Nacionales sobre PsiPos, en la que habló sobre la evidencia empírica sobre los límites de las intervenciones positivas.
http://www.copc.org/Eventos/wf_curso.aspx?IdMenu=d94ff862-99b6-463b-bde4-de56a1789838&Cod=2396&Idioma=ca-ES
Resumiendo, creo que el artículo es muy enriquecedor y acertado en cuanto a la crítica al pensamiento positivo, y el optimismo extremo, pero a su vez es totalmente desajustado a los postulados de la mayoría de psicólogos que investigan y trabajan en PsiPos. El pensamiento positivo y los libros de autoayuda no son PsiPos, y así se suele explicar en los cursos de formación sobre PsiPos que se realizan en diversas universidades españolas. No se trata de pensar que todo te va a ir bien, sino de trabajar y esforzarse para ello, siendo consciente de los recursos de los que se cuenta y ampliando los mismos, en post de incrementar el bienestar. La mayoría de psicólogos que trabajan desde esta perspectiva están interesados en hacerlo de forma rigurosa y basándose en resultados empíricos. Y por eso, agradecemos las aportaciones críticas, constructivas, pero ajustadas a lo que realmente representa la PsiPos.
Un cordial saludo, y mis más sinceras disculpas al autor y los lectores por la extensión.
José César Perales dice
Estimado Alberto,
Gracias por el comentario. No me parece que su longitud sea un problema; hay ocasiones en las que un argumento la requiere. Por mi parte, voy intentar no extenderme en la respuesta, porque en realidad simplemente quiero insistir en algunas cosas que ya están en el artículo.
En primer lugar, me reitero en el segundo párrafo, en el que intento dejar claro que «podría discutir con ellos [en este contexto, vosotros] sobre la necesidad de que exista una etiqueta para la Psicología Positiva (y su misma entidad epistemológica) y sobre los riesgos de la fragmentación científica, pero no sobre la relevancia científica de su trabajo.»
Las críticas que hago en el cuerpo del artículo (al optimismo, sobre el valor de rendirse, y sobre el valor de las emociones negativas), como también intento dejar claro, no son críticas a la Psicología Positiva, sino al pensamiento positivo o, si acaso, a la popularización de la Psicología Positiva a través de la literatura de divulgación y de autoayuda.
No es que eso sea específico de la Psicología Positiva, es un problema de la Psicología, e incluso de la ciencia en general, como bien dices. Pero, desgraciadamente para vosotros, esa literatura distorsionadora se arroga a sí misma su vinculación con la Psicología Positiva. Por tanto, entiendo que es vuestra responsabilidad que hagáis un esfuerzo importante por desprenderos de ese lastre. Cuando figuras importantes de la Psicología Positiva (por así decirlo, «seria») escribe el prólogo o apoya de alguna forma este tipo de productos, hace un flaco favor a aquellos de vosotros que defendéis la naturaleza científica de nuestra disciplina.
Más allá de esto, hay dos críticas (quizá más académicas) que sí mantengo.
– La metodológica. La Psicología (en general) tiene un problema metodológico importante. En algunas áreas, el problema es mayor y mi impresión es que la Psicología Positiva ha resultado más vulnerable que otras, por varias razones: entre otras, la interpretación abusiva de los resultados de investigaciones correlacionales, y la excesiva confianza en los instrumentos de autoinforme como medida de resultado en los estudios de intervención. Sospecho que el p-hacking y el sesgo de publicación también está bastante extendidos, pero reconozco que eso es sólo una sospecha.
– La conceptual. Acepto al 100% algunos de los matices que haces, por ejemplo, respecto del «meaning focused coping», el reordenamiento de metas, o la importancia de las emociones negativas, pero discrepo de que esos conceptos (y otros) sean propios de la Psicología Positiva. Todos ellos estaban presentes en nuestra disciplina mucho antes del nacimiento de la etiqueta de Psicología Positiva. Una de las cosas que me resultan chocantes es que a menudo se cite a Seligman cuando cuenta cómo se dio cuenta de la «importancia de lo positivo» en la Psicología, como si, antes de ello, la Psicología fuese una ciencia que hiciese hincapié sólo en los aspectos disfuncionales o patológicos del comportamiento. La Psicología siempre ha estado tan preocupada por la promoción del bienestar como por la prevención y tratamiento de los problemas. Históricamente, es una distorsión que haya sido necesario dar un giro copernicano a la Psicología, y mucho menos que nadie en concreto haya sido responsable de ese giro.
En otras palabras, no niego la utilidad de lo que los psicólogos que se encuadran dentro de la corriente de la Psicología Positiva están haciendo. Niego la necesidad de una etiqueta que distorsiona la Historia de la Psicología y que la fragmenta. Y si hay algo que no necesita la Psicología son más psicologías pequeñas.
Como ejemplo, hace ya bastantes años que la OMS cambió la definición de la Salud por una definición mucho más inclusiva que la mera ausencia de enfermedad. Ni más ni menos que en 1946, y no la ha modificado desde 1948. ¿Hace eso necesaria una «Medicina Positiva»?
Yo estoy convencido de que no.
Un cordial saludo,
José C. Perales
Alberto Ortega Maldonado dice
Gracias por tu respuesta José Cesar. Es encomiable el tiempo que dedicas a cada uno de nuestros comentarios. Sobre tus argumentaciones, si me permites, me gustaría aportar mi opinión al respecto.
Acerca de la fragmentación científica, desde mi punto de vista, la aparición y el desarrollo de la PsiPos más que una fragmentación de la disciplina psicológica ha resultado un intento de especialización en la investigación y práctica profesional acerca de determinados temas. Entendiendo que la PsiPos no niega la necesidad de investigar y trabajar en aquellas temáticas que tradicionalmente han sido centro de atención en Psicología, sino todo lo contrario, trata de complementar esta tarea, siempre remarcando la importancia de todo lo que ya se ha estado haciendo.
Comparto lo que aportas acerca de la existencia con anterioridad al famoso discurso de la APA de Seligman de investigación y labor profesional centrada en «lo positivo». De hecho la gran mayoría de psicólogos positivos así lo recuerdan y comentan en, por ejemplo, cursos de formación. El propio Seligman también lo ha afirmado en conferencias o escritos. En lo que no coincido es en la idea de que la Psicología siempre ha estado tan preocupada por la promoción del bienestar (y el desarrollo de los recursos positivos) como por la prevención y tratamiento de los problemas. Basta con ver el número de publicaciones, manuales, o temarios de estudios universitarios, para comprobar que el enfoque que mayoritariamente a prevalecido ha sido el de «solventar problemas». ¿Incrementa eso el bienestar? Evidentemente. Ahora bien, ¿qué pasa con aquella población que no tiene un problema? ¿Se puede incrementar su bienestar? Para mí, esa es la gran pregunta y el gran vacío que trata de rellenar la PsiPos. Había trayectoria sobre ello (por ejemplo Humanista), pero en esta ocasión se trata de aportar desde la investigación empírica: redoblar esfuerzos e incrementar la actividad. En apenas algo más de 15 años, se está consiguiendo.
Por otro lado, en cierta manera comparto la idea de que la etiqueta de «Psicología Positiva», quizás podría ser mejorada, como por ejemplo «Psicología de lo Positivo», o «sobre lo Positivo», o símplemente «Psicología del desarrollo y potenciación del bienestar». Sin embargo, creo que este matiz se debe principalmente a diferencias idiomáticas sobre el significado o lo que se entiende por «Positive»(como ocurre en ocasiones con diversos términos científicos de origen anglosajón, o como por ejemplo ocurre con la palabra «happiness»).
Por último, agradezco la aportación sobre la necesidad de diferenciarnos de esa literatura distorsionadora. Desde las diversas sociedades científicas relacionadas con la PsiPos estamos trabajando intensamente en este sentido. En España, por ejemplo, la Sociedad Española de Psicología Positiva (SEPP) organiza jornadas y congresos científicos anualmente. Este años, en abril, celebraremos en Baeza el III Congreso Nacional, en el que no sólo participan académicos, sino también profesionales aplicados. Además, también estamos redoblando esfuerzos en la transferencia y difusión científica, como por ejemplo, la colaboración con Rasgo Latente, en publicaciones al respecto. Trabajamos intensamente, y seguramente podríamos intensificar este esfuerzo, pero a veces a este mismo esfuerzo por difundir, tenemos que añadir esfuerzo y tiempo en participar en debates o rebatir textos, para aclarar conceptos y puntualizar críticas que, entre otros aspectos, nos relacionan con el pensamiento positivo, la autoayuda, o los mensajes acientíficos. En este sentido, agradecemos enormemente las aportaciones de todo aquel que pueda echar una mano.
Dejo el enlace a la web del congreso, para todo aquel que esté interesado:
http://www.sepsicologiapositiva.es/iii-congreso-nacional-de-psicologia-positiva/novedades
Paquilloal dice
Hola José Cesar, como ya te he comentado ha sido un verdadero placer leer el artículo. Ha sido muy enriquecedor, y como siempre me ha dado pie a seguir aprendiendo sobre las emociones y nuestras decisiones. Me gustaría, sin embargo, mostrarte algunas discrepancias. Creo que el problema de la psicología positiva es transferible a la mayoría de la ciencia en la actualidad: poca validez externa e interna y poca o ninguna capacidad de reproducir los estudios. Creo que es un mal del capitalismo llevado a las revistas científicas. Resultados a corto plazo y muy sensacionalista. Por otro lado, y sin ser experto en la materia, y por lo que he leído, el argumento de que las emociones tienen un sentido evolutivo, y por tanto si han sobrevivido es porque han sido útiles para nuestra supervivencia, no justifica que al día de hoy lo sean. Emociones como la ira, encaminada a preparar el organismo a la huida o a la lucha, tienen poco sentido hoy en día. También la literatura científica recoge cómo ciertos estados de ánimo generan problemas a las personas que las sufren, como la hostilidad o la cólera, sobre todo en su estado de salud. Me gustaría saber tu opinión al respecto, para seguir aprendiendo.
Un abrazo amigo
José César Perales dice
Hola Paquillo, un placer verte (leerte) por aquí.
Efectivamente, el problema de la «reproducibilidad» y el abuso en la interpretación de los resultados de estudios correlacionales no es ni mucho menos específico de la Psicología Positiva; es bastante grave en la Psicología y la ciencia en general. Algunos se van a llevar una desagradable sorpresa cuando salgan los resultados -que poco a poco ya se van filtrando- relativos a otros campos como la investigación en nutrición o en cáncer.
En el segundo punto no estoy tan de acuerdo. Me gustaría darte una referencia concreta, porque el argumento que te voy a dar es prestado, pero no la recuerdo, perdona.
Existe la creencia más o menos generalizada de que nuestras emociones son primitivas, y que responden a disparadores muy básicos. Pero lo cierto es que hemos evolucionado como especie social y nuestras emociones han evolucionado con nosotros al mismo tiempo que nuestras capacidades cognitivas y de interacción con los demás. Eso quiere decir que la ira no sólo motiva la agresión en un contexto de defensa de nuestra integridad corporal, también sirve a funciones sociales.
Te planteo un experimento mental. ¿Cómo de bueno sería un padre que no se enfadara nunca con sus hijos? ¿O qué diría del comportamiento de un hijo que éste no se enfadara jamás con sus padres? El enfado sirve para dibujar los límites de la autoridad de unos y la independencia de otros. En un contexto más amplio, ¿no se ha dado un rol importante a la indignación (una emoción secundaria en la órbita de la ira) en los movimientos sociales? Por tanto, sigo pensando que no hay emociones inútiles. Es una cuestión de grado y de contexto.
Por último, están saliendo bastantes revisiones que limitan el efecto de las emociones negativas en la salud. Está claro que el estrés crónico tiene efectos perjudiciales sobre el organismo pero, más allá de esto, algunas de las relaciones que se han propuesto entre emoción y salud están bastante infladas. Por ejemplo, casi toda la supuesta evidencia que ligaba los estados emocionales negativos /e incluso ciertos patrones de personalidad) al cáncer se ha demostrado muy débil. Te paso un enlace al respecto: https://aeon.co/opinions/bad-thoughts-can-t-make-you-sick-that-s-just-magical-thinking
Un abrazo,
José C.
Angélica dice
A mi me parece absolutamente maravilloso el artículo. Yo no soy psicóloga soy una persona deprimida que ha terminado por detestar a todos los psicólogos del planeta precisamente por ese afán de utilizar conmigo ese método que considero una agresión frontal a mi condición, el positivismo. Soy de las personas que se interesa en entender su pasado y los psicólogos suelen decir que eso ya pasó y que ahora solo hay futuro y sí, les concedo algo de razón de no ser porque el pasado es presente y también futuro, estamos marcadados por todas esas guertas y si queremos avanzar necesitamos dejar bien comprendidas las experiencias. He llegado a pensar que un psicólogo que viva en esa ilusión de felicidad y control es incapaz de ayudar a alguien que no se encuentra en las mismas circunstancias que él. Es mi experiencia.
Le agradezco Doctor sobre todo esta parte del artículo:
«Una de las primeras demostraciones del sesgo optimista y su relación con la salud mental fue el descubrimiento de que las personas deprimidas tienen una percepción más ajustada a la realidad del control que ejercen sobre lo que pasa en su entorno. O dicho de otra manera, que las personas no deprimidas perciben tener control sobre cosas que realmente no dependen de ellas (la llamada ilusión de control). Esa demostración llevó a la idea de que las personas deprimidas son más sabias pero más tristes (Alloy & Abramson, 1979). En los últimos años, sin embargo, un análisis más pormenorizado de este efecto ha demostrado que tal diferencia entre personas deprimidas y no deprimidas se debe, fundamentalmente, a que las personas no deprimidas son más activas a la hora de intentar confirmar sus hipótesis, y por tanto, tienen más oportunidades de caer en un sesgo confirmatorio, del que son víctimas tanto unas como otras. Por tanto, malas noticias, la ilusión de control no parece discriminar entre personas con mayor o menor riesgo de depresión (Blanco et al., 2012).»
Todos vivimos en nuestra propia caja, en nuestro propio lago, todos tenemos nuestro propio grillete y todos nos estamos ahogando, es mi percepción. Yo conozco la felicidad pero no la estoy experimentando, y en vez de ayudarme a comprender porqué me arrojan a culpabalizarme de dicha situación y hacerme sentir víctima de mí misma. Hay mucho que hablar del tema. Por lo pronto solo puedo decir gracias.
José César Perales dice
Estimada Angélica,
Gracias por los elogios y por compartir tu experiencia, a la que tengo poco que añadir, salvo que mi impresión personal es que los casos como el tuyo -personas que se sienten agredidas o minusvaloradas por la oblicación social de ser feliz, y mal comprendidas por sus terapeutas- son bastante frecuentes.
Sólo permíteme un comentario en defensa de mi disciplina. Aunque sería un error negarse a la evidencia de que tiene problemas que resolver, le sigo teniendo bastante aprecio. Por suerte no todos los psicólogos del planeta son iguales. Ser un buen psicólogo clínico es proceso bastante arduo pero hay muchos que son a la vez sistemáticos y eficaces.
Una de las razones por la que es tan difícil ser un buen terapeuta es que es difícil obtener la información que se necesita para seguir mejorando. Algunos estudios de los años 70 y 80 mostraban que la capacidad de los terapeutas para diagnosticas correctamente a sus clientes no tendía a mejorar con el tiempo. Y un estudio que acaba de salir indica que los terapeutas más experimentados no necesariamente lo hacen mejor que los jóvenes o más inexpertos. Eso se explica porque, cuando un terapeuta tiene éxito, recibe de su interacción con su cliente un montón de información que confirma ese éxito, mientras que los fracasos (sobre todo los abandonos tempranos) apenas si te facilitan información. El resultado es que acabas teniendo una visión exagerada de los resultados positivos de tu propio trabajo.
Por tanto, un psicólogo clínico debería cumplir siempre dos condiciones. La primera, haber sido formado en técnicas de las que haya evidencia de su eficacia y, por supuesto, saber aplicarlas en función de las características concretas del caso. Y, segundo, esforzarse realmente en conseguir información y aprender de sus propios errores. Cuántos de los que hay ahora mismo en el mercado que cumplen los dos requisitos es algo que no me atrevo a decir.
Un cordial saludo,
José C. Perales
Pepe dice
Me gustaría ser optimista y pensar que este artículo ayudará a muchos a no serlo tanto jejejeje.
Carlos E. López Dávila dice
Felicitaciones por su articulo, Doctor Perales; gracias a él he fundamentado y ampliado algunas comprensiones adquiridas sobre este tema y este problema. No soy psicólogo, soy abogado ambientalista, educador y gestor social y como tal, capacitador a través de programas de desarrollo, ambiental, cultural y social dirigidos a grupos poblacionales muy diversos. Particularmente, he diseñado y desarrollado junto con otros compañeros, cursos de transformación personal y colectiva con fundamento en el programa de Liderazgo de Eloy Anello y Juanita de Hernández a través de la Universidad Núr de Santacruz, Bolivia y también en el de los 7 hábitos de la eficacia de Stephen Covey.
Como expresa Covey -quien critica con claridad la literatura superficial de buena parte de las últimas décadas sobre el éxito personal- si el paradigma fundamental de una persona para comprender e interactuar con la realidad está equivocado, no sirve para nada el ser positivo. Esto equivaldría, según un ejemplo del autor, como estar con un mapa de Chicago tratando de orientarse en Nueva York: entre más positivo esté uno, más positivamente uno se pierde, y claro, lo peor, agrego, es que es las posibilidades de darse cuenta del error son casi nulas. En Colombia hemos tenido que soportar la invasión de varios falsos profetas de la felicidad personal, comenzando por un tal Jorge Duque Linares, quien ha ocupado un espacio en la televisión difundiendo su discurso y sus métodos, estos si muy tóxicos y funcionales a intereses comerciales y políticos.
Personalmente, a través de algunos grupos en Facebook que lidero o en los que participo, lucho con frecuencia contra la superficialidad de los mensajes y las historias que publican algunas veces los participantes, mostrando que al no tener nada de científicos, ni de artísticos ni de filosóficos y generar falsas ilusiones en la gente, terminan siendo perjudiciales pues conllevan el facilismo personal y la conformidad social.
Finalmente, quiero expresar que creo, sinceramente, que el mundo académico debería participar en forma más activa en estos «mass media contemporáneos», advirtiendo sobre los peligros del pseudo cientifismo en todos los campos del conocimiento. Gracias una vez más por su aporte.
Pao García dice
«¿Quien decide quien es una persona tóxica?, no será un nuevo tipo de marginación y xenofobia hacia gente que simplemente se haya en un dificil trance en su vida?, hay que decirle a un parado de larga duración que la culpa de como está es suya? (A más de un gobierno le encantaría). ¿Estamos jugando a ser psicólogos aficionados y podemos causar daños irreparables?, entre otros a nosotros mismos. La (pseudo)psicología positiva, y sus desaciertos. A mi fé, acetadísimo artículo.»
Así he titulado el cabecero de tu artículo, el cual comparto en Facebook, José César, pese a que no tengo formación en psicología (Me quedé en 1º de psicología por la UNED), totalmente de acuerdo contigo, mi pregunta José César es ¿Qué opinas de todo este entramado de cursos de educación emocional, autoayuda y coaching, que aparentemente viene de Estados Unidos, impartidos por gente que no tienen la titulación de psicología, se supone que tienen acreditación y que están proliferando de manera vertiginosa?. Un saludo.
José César Perales dice
Hola Pao,
Creo que puedes imaginar mi opinión. Todo ese mercado se basa, sobre todo, en mucha palabrería y una buena dosis de engaño.
En mi opinión, para aplicar según qué herramientas, no sólo haría falta una sólida formación teórica en Psicología, sino también haber sido entrenado en su uso.
El «coaching» no es sino un conglomerado de esas técnicas, muchas de ellas bastante clásicas de la modificación de conducta: planificación de objetivos, autorregulación, entrenamiento en resolución de problemas, entrenamiento en conducta asertiva… Todas ellas se impartían cuando yo era estudiante. Con ellas se ha hecho una especie de pastiche prefabricado, y se le ha rodedado de tópicos y filosofía de baratillo. Aplicadas de esa manera, como comprenderás, su eficacia es bastante reducida.
El papel de los psicólogos aquí es complicado, porque renunciar a ofrecer estos servicios supone dejar el mercado en manos de las personas inadecuadas. Nuestra labor probablemente debería ser pedagógica, dejando claro que nadie se ha inventado nada, y que los profesionales preparados para ofrecer estos servicios somos nosotros.
(Problema: incluso muchos psicólogos han comprado el producto).
Un saludo,
José C. Perales
Ale Perfecto dice
Hola!!
Es muy interesante leer este tipo de escritos que nos convoca a reflexionar y mantener un pensamiento no solo critico, sino que motiva a investigar sobre lo que uno argumente y difunde, cuando lo lei me quede con muchas dudas en el aire, y me anime a leer los comentarios, el que me llamo la atencion fue el de Alberto Ortega Maldonado. Estoy completamente de acuerdo en el uso inadecuado de etiquetas peyorativas, basicamente este problema es debido a la ignorancia, al conformismo de algunos individuos. Desconozco los fundamentos de la psicologia positiva, lo cual aclaró de manera sencilla y argumentada Alberto Ortega, de la manera mas objetiva, o al menos asi lo percibo.
Tambien me llama mucho el énfasis que haces sobre la objetividad en la psicologia. Me gustaria saber como defines psicología, ciencia y bienestar.
Hay sugerencias politicas y sociales, sugerencias que podrian ser mas bien una critica directa, porque no? Se necesita un instrumento objetivo para correlacionar lo que es evidente en nuestra sociedad? Tal vez si para realizar una investigacion, pero para un escrito libre?
Mi conclusion: Gracias por escribir tu opinion, promueves un medio de dialogo, reflexion, intercambio de ideas e informacion, finalmente todos tienen una mirada desde diversos angulos y a mi me encanta leer y reflexionar, investigar sobre todo y continuar aprendiendo. Me encanta la psicologia, la ciencia, la critica. Y para no escucharme tan positiva, lo que no me gusta es ver una sociedad que no se informa, que se conforma con la opinion ajena.
Alberto Ortega Maldonado dice
Muchas gracias por tus comentarios Ale. Me alegro que mi intervención te haya resultado interesante y útil.
Un saludo.
María José dice
Muchas gracias y enhorabuena por lo escrito.
Soy pedagaga, no psicóloga; pero me encuentro cada vez más, casos de menores en manos de pseudoprofesionales, bienintencionados o no, «tratando» trastornos de aprendizaje desde una perspectiva sesgada, centrada en esos lemas que tan bien has desmontado.
Aurora Ramos dice
Me gustó mucho su artículo, ojalá hubiese una versión para dummies que le pueda yo enviar a todas las personas que se autoidentifican como «optimistas» y que dedican parte de su vida a convertirme, pero que no lograrían entender ni dos párrafos de esta lectura porque comienzan, encuentran algo que es contrario a sus creencias, y se ciegan.
Excelente lectura. Muchas gracias.
Patricia Montes dice
Artículo maravilloso y documentado. No puedo estar más de acuerdo en los peligros de la etiqueta «persona tóxica», por la facilidad de utilizarla, incluso de excluir a personas a las que amigos, compañeros… vean como tales.
Por otro lado, uniría el «optimismo radical» con la evitación experiencial, con los peligros demostrados a los que lleva esta. Y ojo! Hablo de «optimismo radical» como esa nueva «pastilla de la felicidad». Creo que cada persona, como ser único, necesita diferentes dosis de optimismo o pesimismo, dependiendo el caso, como bien se argumenta sobre el «juego patológico».
Otra cuestión tremendamente interesante sería la devolución a lo individual de los problemas sociales, de lo que habría mucho que hablar.
Saludos!
Sergio dice
Un artículo muy interesante, me lo tengo que volver a leer porque se me escapan detalles, pero en la parte que hablas del pensamiento positivo y la necesidad de gestionarlo me he sentido bastante identificado. Me ha recordado situaciones en las que la influencia del pensamiento positivo (como si solo con pensar valiese) ha hecho que me lleve las mayores desilusiones que recuerdo.
Yo he llegado a un punto en el tanto las personas excesivamente positivas (las que curan el cáncer con la mente) como las personas demasiado negativas (sienten rencor por todo) me resultan agobiantes y trato de ignorarlas, sé que tanto lo malo como lo bueno está ahí y no se puede evitar pero ver solo una cosa todo el tiempo hace que me pregunte que valor adaptativo tiene esa actitud.
Estefa dice
Este artículo y sus comentarios me ha resultado tan atractivo, y enriquecedor e interesante que, para abundar sobre ello y facilitar su comprensión a otros, escribí una entrada derivada del mismo en nuestro blog. Al final, aunque con un toque propio, lo que me salió es una especie de comentario de texto que espero sea de tu agrado, José. De no ser así, por favor ponte en contacto y hacemos los cambios necesarios. Un afectuoso saludo y muchas gracias por tu texto e inspiración 🙂
Dejo enlace: https://vivimosquenoespoco.wordpress.com/2016/06/19/las-personas-toxicas-no-existen/
José César Perales dice
Hola Estefa,
Muchas gracias por intentar «traducir» mi academiqués. Deformación profesional. 🙂
Muy interesante el blog; lo tendré en mi órbita.
Un saludo,
—j.
Marcos dice
Excelente escrito. Me permito aportar algunos enlaces más
sobre economía y pensamiento positivo: http://www.rankia.com/blog/oikonomia/536181-prozac-pensamiento-positivo-carne-financiero
unos libros realmente interesantes: Oliver Burkeman: el antídoto, felicidad para gente que no soporta el pensamiento positivo ; Julie K. Norem: el poder positivo del pensamiento negativo
un compendio de escritos: https://cowfaceblog.wordpress.com/
y para el comentarista que defiende la psicología positiva: lea Vd. la actitud indigna de Seligman con B. Ehrenreich, descrita en un par de páginas de su libro «sonríe o muere».
Marcos dice
Y en la misma línea pero desde la ironía y el sentido del humor http://nosemojelospiesenelcielo.com/tag/personas-toxicas/
Altan dice
Hola,
Gracias por el artículo, me parece bastante bueno incluso si sólo estoy parcialmente de acuerdo (algunas inferencias no estoy segura de que sean correctas, como el que la receta «no te rindas» implica un «y si te rendiste, culpa tuya»). Sea como sea, una puntualización:
Por lo que entendí en su día al leer sobre sesgos cognitivos, la falacia de la planificación, si bien tiene como resultado una previsión optimista, en realidad tiene que ver poco con el optimismo o pesimismo, y mucho con la falta de conocimiento sobre los procesos concretos que llevan a un objetivo, así como con la tendencia de nuestros cerebros a simplificar. En ese caso el optimismo no sería más bien un resultado? Vamos, que estaríamos hablando de otro ejemplo más donde correlación no significa causalidad?
Por otra parte, mi campo de interés no es la conducta humana sino la animal, y justo en los últimos tiempos está muy de moda el utilizar los test de sesgo cognitivo (optimista o pesimista) para evaluar el estado emocional de los animales. De nuevo no es causa, sino consecuencia, pero… una consecuencia deseable.
Gonzalo dice
Aplaudo de pie la actitud critica, sin menospreciar los avances reales que han producido estas ciencias.
Cai de casualidad en este post, voy a seguir investigando el sitio.
Un abrazo enorme y exitos en sus futuros planes!
Pablo Campuzano dice
Hola,
Lo primero,genial artículo. Como estudiante de psicología, me enerva el continuo focus popular en la discriminación de los pensamientos negativos y por lo tanto, el enaltecimiento de la positividad. Todo lo que tenga como propósito mantener los pies en la tierra es bien recibido en estos días.
Sin embargo, me resultan algo confuso ciertos aspectos del artículo.
Lo primero, sigo sin tener de forma clara la dirección a la que quieres atribuir estas críticas. No veo si te diriges a a los que trabajan en base a la PsiPos, a sus investigadores, si te diriges a los medios de comunicación divulgantes, a los influenciados lectores o simplemente es una critica a su posicionamiento e importancia en nuestra sociedad. No me queda bien claro por el hecho de que me parece algo confusa la estructura usada basada en 3 generalizaciones cuyas ideas, por el hecho de generalizar, pierden todo su sentido por definición. Por ejemplo, el «no te rindas nunca» no tiene cabida ninguna en el sentido de plausibilidad. Por ello, el sentido de la frase es mucho mas apropiado como recordatorio de la visión de objetivos y de la necesidad de reevaluacion situacional constante en los procesos de transición.
Segundo, desde un punto mucho mas subjetivo, creo que el positivismo tiene como referencia a la motivación como fundamento al éxito personal. Y la motivación si tiene estas evidencias causantes (o correlacionales en otros casos). Por ello, sin tener pruebas o articulos en mano (falta de tiempo para fundamentar lo que quiero decir), yo sí veo que ciertos aspectos del positivismo ayuden al aumento de la motivación.
Por último, me gustaría alabar el comentario sobre inexistencia de las personas tóxicas, psicológicamente hablando. Mi primera reacción ha sido como un, «Qué me dices? Las personas altamente inestables que provocan inestabilidad en su alrededor son las que llamamos tóxicas», pero es taaaaan claro, como tú has dicho que el sentido peyorativo que incluye la palabra debe completamente ser excluido para asi validar algo como descriptivo, que me parecía digno de mención en el comentario 🙂
Un abrazo enorme!
Alejandro Jose Fernández Vielma dice
que buenos consejos doctor me ayudaron bastante
Luisa dice
Si no lo he entendido mal usted defiende a las personas calificadas como tóxicas, que según la sociedad serían las pesimistas, las tristes. Las que esparcen tristeza allá donde van.
Creo que las personas tóxicas no son estas, sino las que deliberadamente se sacuden las culpas echándolas en los que acaban siendo tristes y deprimidos (o parte de ellos).
No es lo mismo estar deprimido por unas circunstancias objetivas propias que estarlo porque una persona tóxica te está usando como saco de boxeo mental. Tú tienes la culpa de todo, no haces nada bien, eres lo peor. El tóxico no es el deprimido, sino el que le manipula para que acabe así.
Una persona tóxica te deja tal cual si una apisonadora te hubiera pasado por encima.
Estas personas realmente dañinas jamás se pondrán la etiqueta de «tóxico», jamás lo admitirán. En ellos sólo cabe la perfección (desde su punto de vista).
Y sobre lo de que no es malo rendirse… rendirse frente a las manipulaciones de una persona tóxica puede acarrear situaciones nefastas para tu vida. Incluso te puede llevar a perderla por la total frustración y pérdida de sentido a la que te llevan.
En mi caso, la apisonadora de la que hablaba me pasó por encima en forma de mi exmarido, identificado por mi psicóloga como narcisista con rasgos de sociópata. Yo no había oído hablar jamás del tema. Por eso desde entonces creé una web para intentar dar a conocer la existencia de este tipo de personas, y sobre todo para intentar ayudar a que la gente no caiga en sus manipulaciones y, si ya cayeron, que puedan salir.
También quería comentar respecto a una de las respuestas a los comentarios en la que mencionaba el «efecto de la profecía autocumplida», diciendo que se ha estudiado mucho en el ámbito de las relaciones entre profesores y alumnos. Este es también un tema muy importante que deberían tener más en cuenta los docentes: cómo un maestro tal vez sin mala intención pero con poco conocimiento en estos temas puede hacer que los alumnos pierdan confianza en sus capacidades. El hecho de generalizar en una clase por ejemplo que «no sois buenos en matemáticas» puede llevar a que los alumnos que sí lo son se extrañen de sus notas e incluso bajen su rendimiento.
Un saludo