Tómese un momento y plantéese su nivel de acuerdo con estas tres frases:
- En momentos de estrés es probable que pierda el control.
- La mayoría de las cosas que me ponen nervioso están fuera de mi control.
- Cuando estoy asustado por algo, generalmente no hay nada que yo pueda hacer.
Si, siguiendo ‘manías’ de psicólogos, le pidiéramos que respondiera en una escala desde 0 = Totalmente en desacuerdo a 5 = Totalmente de acuerdo, ¿se situaría más cerca del 0 o del 5? En el caso de que usted responda con valores altos, es probable que considere que no es capaz de hacer frente de forma solvente a emociones negativas y situaciones amenazantes. Esta baja percepción de control se ha planteado como factor de riesgo ante diversos problemas de salud mental.
No todos tenemos la misma probabilidad de desarrollar un trastorno emocional. La psicopatología contemporánea se ha centrado en los factores de vulnerabilidad que llevan a algunas personas a ser más propensas que otras. Uno de los temas más estudiados es el control percibido (Bentley et al., 2013; Gallagher, Bentley, & Barlow, 2014; Gallagher, Naragon-Gainey, & Brown, 2013; Raines, Oglesby, Unruh, Capron, & Schmidt, 2014). El control percibido se entiende como la creencia en la capacidad individual de controlar las reacciones emocionales.
Subo corriendo las escaleras para llegar a casa. Me late el corazón más fuerte, me sudan las manos. «Vaya, ya está. Ahora me va a dar un ataque de ansiedad, un ataque de pánico», me planteo, porque tengo problemas para atribuir correctamente el origen de mis reacciones fisiológicas. Ahí puedo responderme con «No pasa nada, relájate, que tú puedes calmarte»… o dejarme llevar porque «Total, no hay nada que yo pueda hacer». Según mi reacción estaré mostrando alta o baja percepción de control.
El control percibido es un factor decisivo en la salud mental (Rotter, 1954, 1966), ligado al surgimiento y mantenimiento de los desordenes emocionales. Según el modelo de triple vulnerabilidad (Barlow, 2000, 2002), el origen y el mantenimiento de los desordenes emocionales (ansiosos y depresivos) es debido a tres elementos (Barlow, 2000, 2002):
- El primero, llamado vulnerabilidad biológica general, se refiere a dimensiones de la personalidad: altos niveles de inestabilidad emocional y bajos niveles de extraversión se relacionan con trastornos emocionales (e. g., Kotov, Gamez, Schmidt, & Watson, 2010; Watson & Nagaron-Gainey, 2014).
- El segundo factor, llamado vulnerabilidad psicológica general, se refiere a altos niveles de activación del sistema nervioso simpático unidos a un sentimiento de impredecibilidad e incontrolabilidad sobre la vida y las emociones. Estas vulnerabilidades, que incluimos en la percepción de control, se desarrollan durante la infancia y dependen tanto de las primeras experiencias y de los estilos de crianza (por ejemplo, un estilo sobreprotector, etc…) como de la estructura familiar y otras variables contextuales (Chorpita & Barlow, 1998). Bajos niveles de control percibido producen una alta percepción de incontrolabilidad e imprevisibilidad de eventos externos y experiencias internas. La disminución del control percibido interactúa con las dimensiones de personalidad e incide en el desarrollo de la inestabilidad emocional aumentando el riesgo de sufrir desórdenes emocionales (Barlow, 2002).
- Finalmente, las vulnerabilidades psicológicas específicas se desarrollan en función de las primeras experiencias de aprendizaje (por ejemplo, altos niveles de ansiedad están relacionados con posteriores trastornos del pánico). Algunas vulnerabilidades específicas son las actitudes disfuncionales («tengo que gustarle a todo el mundo», por ejemplo), la fusión pensamiento-acción («pensar en serle infiel a mi pareja es tan malo como serlo realmente» o «si pienso en que me voy a poner enfermo, eso incrementa la probabilidad de que me pase») y la baja tolerancia a la incertidumbre (Brown & Naragon-Gainey, 2013).
Un reciente meta-análisis ha estudiado la relación entre distintos tipos de ansiedad y control percibido para dar cuenta de diferentes trastornos de ansiedad (el trastorno generalizado de ansiedad, el trastorno obsesivo-compulsivo, la fobia social, los trastornos de pánico y el trastorno de estrés postraumático). Los resultados indican un relación negativa bastante potente entre control percibido y la ansiedad (Gallagher, Bentley, & Barlow, 2014). En general, grandes déficits en control percibido se asocian a severos síntomas de trastornos de ansiedad. Los resultados dejan clara la relevancia del control percibido como predictor transdiagnóstico de la severidad de los síntomas en todos los trastornos de ansiedad (Gallagher, Bentley, & Barlow, 2014). Siguiendo esta línea de razonamiento, Gallagher, Naragon-Gainey, y Brown (2014) han investigado los efectos de la terapia cognitiva-conductual en el control percibido y han encontrado que los individuos tras terapia desarrollan un control percibido más adaptativo. Esto son, claramente, buenas noticias. Tenemos localizado un factor de vulnerabilidad, y un factor sobre el que es posible intervenir.
Estos descubrimientos apoyan que el control percibido es clave, tanto para evaluar los trastornos como para evaluar el efecto de la terapia. Por ello, nuestro equipo de investigación ha adaptado recientemente al español la escala Cuestionario Revisado de Control de la Ansiedad (Brown, White, Forsyth, & Barlow, 2004). Estos son los quince ítems que componen el cuestionario:
- Que sea capaz de afrontar situaciones difíciles depende de si tengo ayuda externa.
- En momentos de estrés es probable que pierda el control.
- Cuando estoy asustado por algo, generalmente, no hay nada que yo pueda hacer.
- El hecho de que pueda escapar de una situación amenazante es siempre una cuestión de suerte para mí.
- Normalmente me resulta fácil quitarme las preocupaciones de la cabeza.
- Soy capaz de controlar la intensidad de mi ansiedad.
- Hay poco que pueda hacer para cambiar acontecimientos amenazantes.
- La medida en que una situación difícil se resuelve no tiene nada que ver con mis acciones.
- Si algo va a hacerme daño, sucederá independientemente de lo que yo haga.
- Normalmente puedo relajarme cuando quiero.
- En momentos de estrés no siempre estoy seguro de cómo voy a reaccionar.
- La mayoría de las cosas que me ponen nervioso están fuera de mi control.
- No me preocupa ponerme nervioso en una situación difícil porque tengo confianza en mi habilidad para hacer frente a los síntomas.
- Normalmente me resulta difícil hacer frente a los problemas.
- Cuando estoy nervioso me resulta difícil centrarme en otra cosa que no sea mi ansiedad.
Post escrito por Jorge Osma, Juan Ramón Barrada, Azucena García-Palacios, Mariví Navarro, y Alejandra Aguilar.
Cristina dice
Excelente artículo sobre el locus de control. Es totalmente cierto que en la medida que el paciente es capaz de tener un locus de control interno, que le permita tener control sobre las decisiones que toma y de este modo empoderarse, marca un antes y un después en la terapia.
Rafa Q dice
Entiendo que hay una asociación entre padecer ansiedad y la percepción de bajo control, tanto mayor si ademas esta ansiedad es marcada (o «grave»), y que un mejor control percibido también se asocia con la mejoría de la ansiedad. Esto parece muy razonable. Pero parece que se asume implícitamente que la baja percepción de control es un factor de riesgo o es «causa» de la ansiedad. Pero por lo que mencionáis, la dirección del efecto bien podría ser la contraria, o bien la ansiedad y la baja percepción de control podrían ser efectos de las mismas causas. Mi pregunta (desde el desconocimiento) es qué pruebas hay de que se da una relación causal en el sentido que se sugiere.
Antonio dice
Estas teorias estan apoyadas en estudios longitudinales. De tal forma, que las personas que han desarrollado un bajo control percibido tienen mas probabilidades de desarrollar un trastorno emocional. Como bien explican en el articulo, la baja controlabilidad, no explica el total de la varianza de desarrollar un TE sino solamente una parte.