No os voy a contar nada que no sepáis, pero hoy es el día más esperado por algunos, y más odiado por otros. Hoy es el día de San Valentín, día del amor – y de la amistad- y, admitámoslo, en Rasgo Latente no nos gusta dejar ninguna fecha señalada sin celebrar. La mejor manera de hacerlo que se nos ocurría de hacerlo era con un post sobre el tema por excelencia: el amor y las relaciones personales. Hemos querido ir más allá y preguntarnos cómo se da el amor en el siglo XXI y en plena era 2.0.
Las relaciones sentimentales han sufrido un cambio importante en su manera de surgir y crearse desde la aparición de Internet. Según datos de la página de contactos Mobiefriends (2014) uno de cada tres matrimonios ha conocido a su actual pareja a través de Internet. Podemos creernos estos datos, o no, pero lo que sí sabemos es que autores como Michael J. Rosenfeld y Reuben J. Thomas en base a un análisis de datos llevado a cabo en 2012, encontraron que el porcentaje de americanos que, desde 1995, ha conocido a su pareja por Internet ha crecido drásticamente, y el porcentaje de americanos que la han conocido mediante medios más tradicionales ha decrecido.
Probablemente todos podemos pensar en alguna pareja de conocidos o amigos que surgió en Internet. Y con Internet no me refiero sólo a portales de búsqueda de pareja, sino también a redes sociales como Twitter, Facebook, blogs y foros. Ya sabemos que Internet no ha supuesto un cambio en nuestro comportamiento, sino una nueva forma de hacer lo mismo que antes ya hacíamos y que las bases emocionales son las mismas que en el mundo no virtual. Si esto se aplica a la amistad, ¿por qué no iba a aplicarse a las relaciones románticas?
Vosotros os preguntaréis, como nos preguntamos todos: muy bien, pero ¿cómo surgen el agrado, la amistad y, finalmente, el amor?
Para comenzar, la proximidad es buen predictor del agrado: estudios clásicos de la Psicología social refieren que la proximidad favorece la aparición del agrado y el desarrollo del amor (Bossard, 1932; Katz y Hill, 1958), pero ya en 1961 Newcomb aclaraba que lo importante no era la proximidad geográfica, sino la “distancia funcional” existente con esa persona. Es decir, cuántas veces interactuamos con dicha persona. Con la interacción frecuente hay más posibilidades de ser amigos que enemigos, ya sabéis que «el roce hace el cariño». En este sentido, las redes sociales nos permiten interactuar de manera prácticamente constante con las personas que lo deseemos, sin importar la distancia geográfica o el no estar compartiendo el mismo espacio físico.
Sin embargo, el agrado por si solo no implica que se vaya a desarrollar una relación amorosa, pero autores como Lykken y Tellegen encuentran que con una exposición repetida a una persona nuestro amor puede fijarse en alguien que, además, tenga características similares a las nuestras. Y es que, en contra del mito popular sobre que los polos opuestos se atraen, tienden a gustarnos las personas que se parecen a nosotros, lo que Matthew Mirenger y John Jones (2002) denominan egotismo implícito. Como ya hemos mencionado en otros posts, en redes sociales como Twitter hay altas posibilidades de seguir y ser seguidos por personas con características similares a las nuestras y que traten temas similares a los que nosotros tratamos, estas similitudes facilitan el agrado y la atracción.
Una vez que sabemos todo esto, surge la duda inevitable: ¿qué ocurre con la atracción física? ¿Cuánta relevancia tiene, en relaciones surgidas en Internet, donde la existencia o no de la atracción física se suele descubrir a posteriori, el atractivo físico?
Es cierto que el atractivo físico es importante, no lo vamos a negar. Sin ir más lejos, la belleza física de una mujer joven es un predictor moderamente bueno de cómo de a menudo tendrá citas (Reis, Wheeler, Spiegel, Kernis, Nezlek y Perri 1982). En un estudio clásico de 1966, Elaine Hatfield encontró que en personas que acababan de conocerse y hablado durante dos horas y media, el mejor predictor para saber si querrían volver a salir con esa persona no eran ni la compatibilidad personal, ni un alta autoestima, sino que la otra persona fuera físicamente atractiva. Cuanto más atractiva era una mujer, más gustaba a los hombres y más posibilidades de que quisieran volver a salir con ella tenía. Cuanto más atractivo era un hombre, más posible era que las mujeres quisieran volver a salir con él. En relación con esto, investigaciones más recientes encuentran que, para relaciones de corta duración, tanto hombres como mujeres le daban mayor importancia al atractivo físico, aunque para relaciones a largo plazo le daban mayor importancia a características personales como la inteligencia o la honestidad.
En cualquier caso, sí, la atracción física importa, pero en Internet se da una situación particular: conocemos antes a la persona que a su físico. La interacción se da más en base a intereses y valores compartidos que al físico, lo que permite conocer a la persona sin importar la apariencia física (Joinson, 2001). Esto resulta relevante ya que tendemos a percibir a la gente agradable como atractiva, y no sólo eso: descubrir que una persona tiene similitudes con nosotros –recordemos que en las redes sociales tenemos altas probabilidades de relacionarnos con personas similares a nosotros- también hace que veamos a dicha persona como más atractiva (Klentz, Beaman, Mapelli, Ullrich 1987). Peter Buston y Stephen Emlen (2003), por su parte, encontraron que era mucho mayor el deseo de compañeros semejantes que de compañeros atractivos. Por otro lado, cuanto más enamorada está una persona de su pareja más atractivo lo ve, y menos atractivos ve a los demás ( Price, Dabbs, Clower y Resin 1974; Simpson, Gangestad y Lerma, 1990).
En resumen, en las redes sociales se dan una serie de características que favorecen que conozcamos a personas similares a nosotros, que interactuemos con ellos de manera frecuente y que, además, lo hagamos sin que el físico sea un determinante, permitiendo así que se desarrollen tanto el agrado como el amor.Y es que nadie sabe dónde va a encontrar el amor. No sabemos si será en el metro, en ese vecino o vecina al que nunca consideraste como un posible novio, en el compañero de trabajo que se sienta al lado o en ese tuitero, o tuitera, tan gracioso con el que compartes esa afición tan curiosa.
Lo único que sabemos es que:
El amor, amigos, como la verdad – si es que no son la misma cosa- está ahí fuera.
meryu dice
Si es algo bueno que te permite conocer mejor a la persona, pero puede ser un arma de doble filo, no hay nada mejor que invitar a la persona a salir e irla conociendo en persona. Saludos