Es tiempo de campaña electoral, y por tanto tiempo de escuchar las propuestas de las diferentes candidaturas para mejorar la situación del país, es decir, para mejorar la calidad de vida y bienestar de la ciudadanía. Estado de Bienestar o simplemente bienestar general, son términos que aparecen y aparecerán continuamente estos días en los discursos y declaraciones de los candidatos. Pero, ¿a qué se están refiriendo exactamente cuando hablan de bienestar? ¿Hacia qué tipo de mejoras se encaminan sus medidas? ¿Es una concepción global e integral del bienestar a la que se están refiriendo?
Utilizando como fuente los programas electorales de las cuatro formaciones políticas que según las encuestas, los medios de comunicación y los analistas, parten con opciones de gobernar tras la celebración de los comicios (Partido Popular, Partido Socialista Obrero Español, Ciudadanos y Podemos); un análisis de contenido sobre el término “bienestar” y los conceptos relacionados a él en estos programas, muestra de forma preliminar que este vocablo aparece en oraciones y párrafos relacionados con conceptos como empleo, sanidad, salud, educación, sistema de pensiones, servicios sociales, dependencia, medio ambiente, investigación, competitividad, crecimiento, riqueza, sistema fiscal, acceso a la energía, seguridad, inmigración, ayudas a colectivos desfavorecidos y cultura. Además de esto, la palabra “bienestar” aparece incluida en expresiones más completas como bienestar general, bienestar social, bienestar colectivo, bienestar emocional y bienestar animal, llegándose a mencionar incluso en diversas ocasiones las expresiones “Estado de Bienestar” y “Sociedad del Bienestar”.
Pero ¿conocemos hoy en día qué es exactamente el bienestar? Este concepto, referencia y eje central no sólo del discurso político, sino de las propias metas e intereses personales de cada uno de nosotros, es a la vez tan trascendental en su significado como heterogéneo en su definición. Numerosas disciplinas como la Filosofía, la Economía, la Psicología, la Sociología, la Antropología, las Ciencias Políticas, o incluso desde ramas artísticas como la literatura, el cine o la música, han estudiado y aportado su conocimiento acerca del bienestar, lo que ha contribuido enormemente a enriquecer su comprensión, pero a su vez ha dificultado el consenso en cuanto a su definición.
En este sentido Bisquerra (2013) recopila y clasifica diferentes tipos de bienestar atendiendo a las propuestas e investigaciones realizadas desde diversas disciplinas científicas. Así según concluye, de forma integral el bienestar global está compuesto por bienestar material, que hace referencia al desarrollo económico y tecnológico; bienestar físico, referido a la salud fisiológica; el bienestar social, tanto a nivel macro (sistema político, derechos y libertades), meso (educación, trabajo y relaciones sociales) y micro (relaciones íntimas de pareja, familiares o de amistad); bienestar profesional, relacionado con la actividad laboral y de formación; y bienestar emocional, también denominado bienestar subjetivo o psicológico, y que se refiere un estado eminentemente afectivo caracterizado con la satisfacción personal con nuestra situación vital. Si bien todos estos tipos de bienestar, según Bisquerra comparten como característica común la valoración del individuo sobre su estado actual, es en el caso del bienestar psicológico en el que esta autoevaluación cobra una singular importancia, debido a que se trata de un bienestar de carácter mucho más subjetivo e introspectivo, debido a su base eminentemente emocional.
Pero, ¿qué componentes tiene el bienestar psicológico y qué importancia tiene en nuestro bienestar global? Solano (2009) en un trabajo de recopilación sobre los avances en el estudio científico del bienestar psicológico, concluye que el bienestar principalmente posee tres componentes básicos: el afecto positivo, el afecto negativo y la valoración que las personas realizan sobre su trayectoria vital y su situación actual. Es decir, que en nuestro bienestar psicológico parecen influir tanto las emociones positivas y negativas que experimentamos día a día, como la satisfacción que tenemos con nuestra propia vida. Atendiendo a esta definición, y a los diversos modelos que desde la Psicología han sido propuestos sobre el bienestar psicológico, como El Modelo de Bienestar Psicológico (Ryff, 1989; 1998), La Teoría de la Autodeterminación (Decy y Ryan, 2000), el Modelo de Bienestar y Salud Mental (Keyes y Waterman, 2003) o el Modelo de las Tres Vías (Seligman, 2003), entre los factores y dimensiones que componen el bienestar psicológico destacan la capacidad de disfrutar y sentir emociones positivas (vida placentera), la habilidad para manejar de forma efectiva el entorno y la propia vida (control ambiental), crecer y desarrollarse a lo largo de la vida a través del desarrollo de las fortalezas personales y las experiencias óptimas (flow), tener una concepción clara sobre el propósito y el sentido de la vida, poseer autodeterminación y autonomía, la apreciación positiva de uno mismo (auto aceptación), y disfrutar de relaciones positivas con los demás a través de la integración y la contribución social (para ampliar información sobre estos y otros modelos, ver Vázquez y Hervás, 2008).
Los efectos del bienestar psicológico no sólo se centran en el estado afectivo, tan importante para nuestra salud e integridad moral, sino que además este bienestar está relacionado con mejores niveles tanto de salud física como de longevidad. Muestra de ello son, por ejemplo los resultados de investigaciones como las llevadas a cabo, entre otros muchos autores, por Siahpush, Spittal y Singh (2008); Venhooven (2008); Wiest, Schüz, Webster y Wurm S. (2011); o Xu y Roberts (2010).
Por consiguiente, y comparando los resultados del análisis de contenido de los programas electorales con la concepción de bienestar global, se puede concluir que el bienestar al que hacen referencia las fuerzas políticas a través de sus propuestas es en mayor medida el denominado bienestar material, coincidiendo también en algún grado con el bienestar físico, social y profesional. Ahora bien, teniendo en cuenta el carácter integrador del concepto bienestar, no se encuentra coincidencia directa entre los contenidos propuestos en los programas electorales y las dimensiones que componen el bienestar emocional o psicológico. Si bien es cierto que de forma indirecta se puede inferir que un posible incremento en el bienestar material (económico), físico, social y profesional puede estar relacionado con un probable incremento en las emociones positivas y la satisfacción vital, parece necesario destacar que las propuestas programáticas carecen de concreción en cuanto a una actuación directa para el incremento de los niveles de bienestar psicológico de los ciudadanos, a través de acciones dirigidas al desarrollo de las dimensiones que los componen.
Teniendo en cuenta la repercusión que el bienestar psicológico puede tener en los niveles de salud de las personas, y entendiendo la obligatoriedad de las instituciones gubernamentales de velar por la salud de todos los ciudadanos, las conclusiones de este estudio comparativo pueden arrojar una idea aún más transcendental y sustancial. En línea con los resultados de investigaciones sobre bienestar psicológico y salud física, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la salud como un “un estado de completo bienestar físico, mental y social y no meramente la ausencia de enfermedad o de minusvalía (…) un recurso de la vida cotidiana, no el objetivo de la vida (…) un concepto positivo que subraya los recursos sociales y personales así como la capacidades físicas” (OMS, 1986, Ottawa Charter for Health Promotion). Manteniendo como base esta concepción integral de salud, y rememorando las ideas planteadas en las cartas magnas elaboradas en los albores de los estados democráticos, en las que se defendía que las instituciones políticas deben perseguir “la felicidad de todos” (Francia, 1789), “la felicidad común” (Francia, 1793) o “la felicidad de la nación” (España, 1808, 1812), quizás sea el momento de plantear una revisión del concepto de Estado de Bienestar, para equipararlo al de bienestar global y al de salud, y asegurar que las instituciones puedan así construir una Sociedad del Bienestar integral a través de las medidas llevadas a cabo desde la administración. De hecho, desde algunos organismos ya se han comenzado a realizar acciones concretas encaminadas a este objetivo. Como ejemplo cabe destacar los conocidos esfuerzos por medir los índices de felicidad y bienestar de las naciones, llevados a cabo tanto por gobiernos y administraciones públicas, como por otro tipo de instituciones de carácter internacional (ej. 1,2,3); o la reciente medida aprobada en Les Corts Valencianes, en las que se ha acordado incluir en la Comunidad Valenciana la asignatura de Educación Socioemocional, dirigida al desarrollo integral del alumnado. Esta concepción más integradora del bienestar, en la que se incluye de forma activa el bienestar psicológico o felicidad, no estaría encaminada hacia una doctrina de imposición moralista, sino que debería basar sus fundamentos en las teorías científicas y resultados de la investigación empírica, siendo un componente más del modelo I+D+i para el progreso de nuestra sociedad.
Alberto Ortega Maldonado dice
Hola. Dejo un enlace sobre un artículo sobre la Presencia de la Psicología en los programas electorales de los principales partidos políticos – Elecciones 20D, publicado en la web del Col·legi Oficial de Psicòlegs de la Comunitat Valenciana
https://www.cop-cv.org/noticia/9433#.Vnm4jRXhDIU
Un saludo.