“A Hitler hay que aceptarlo incondicionalmente y lanzarle amor. De acuerdo, que estaba muy loco, pero su potencial era maravilloso”. El autor de esta frase no es revisionista histórico, ni un líder de la extrema derecha europea. Su autor es Rafael Santandreu, un tipo que se ha ganado a pulso ser «el psicólogo más odiado de España«.
Sobre todo, por los propios psicólogos. El último motivo ha sido un artículo sobre el asesinato de Diana Quer en el que pedía, “desde la psicología cognitiva”, no caer “en la tentación de demonizar y buscar la extirpación del mal de la Tierra” porque eso “nunca se logrará”. Lo que Santandreu dice entre líneas es que el principal perjudicado en el crimen de Diana Quer es el presunto asesino, puesto que su actitud «loca» le impide ser auténticamente feliz.
Pero estos textos no son la verdadera razón de nuestro odio común. La verdadera razón es que Santandreu es un espejo. El espejo de todas las miserias, los problemas y las frustaciones que arrastramos los psicólogos. Es más, es el espejo de que todo eso funciona. Odiamos a Santandreu porque nos recuerda lo que somos los psicólogos.
Las tres personas de Santandreu
¿Quién es Santandreu, pues, además de alguien con unas ganas locas de que le hagamos caso? En los últimos 30 años, Santandreu ha sido, al menos, tres personas.
Primero, fue un joven ‘terapeuta breve’, discípulo de Giorgo Nardone. La terapia breve es una terapia de origen nebulosamente psicodinámico que acabó confluyendo con (y dando forma a) los enfoques sistémicos. El centro de Santandreu se llama, aún hoy, «Centro de Terapia Breve de Barcelona».
Después, se convirtió en redactor-jefe de MenteSana, la revista de «psicología femenina de Jorge Bucay«. Y la verdad es que su discurso habitual está lleno de términos y calcos de las terapias humanistas. La «aceptación incondicional», por ejemplo, recuerda inevitablemente a Carl Rogers y sus tres condiciones facilitadoras del crecimiento personal (junto a la empatía y congruencia).
Al final, reapareció como un «psicólogo cognitivo» con un «enfoque terapeútico es heredero, en parte de Albert Ellis, padre de la Terapia Racional Emotiva Conductual». Y también del de Beck, ya puestos. Hay un punto de autojustificación:
“En la actualidad, la terapia cognitiva es la escuela de psicología con una mayor base científica y la que ha sido mejor respaldada por estudios de eficacia comprobada. Existen más de dos mil investigaciones independientes publicadas en revistas especializadas que avalan su validez. Ninguna otra forma de psicoterapia ha conseguido igualar su éxito terapéutico.”
No es mentira o no del todo. Sus libros están en la línea de los proncipales clínicos de la «psicología cognitiva» (o de la versión descafeinada de ellos que abunda en los libros de autoayuda). Durante años, sus cursos y jornadas están llenos de terapeutas TREC y de seguidores de Ellis.
A excepción de conductista y manifiestamente freudiano (que supongo que es lo que se guarda para las próximas décadas), Santandreu durante estos treinta años ha sido (o a formado parte de) todo lo que podía ser un psicólogo aplicado en España. Literalmente. Sistémico, cognitivo, humanista y, por último, un exitoso escritor de autoayuda.
Je suis Santandreu
Pero esa no es la razón por la que no se merece el escarnio público. He leído cada página de los libros de Santandreu, muchas entrevistas y decenas de artículos y entradas de su blog y puedo afirmar sin riesgo a equivocarme que el «psicólogo más odiado» no ha aportado ni una sola idea innovadora a la disciplina. Durante lo que llevamos de década se ha afanado, sencillamente, en llevar las ideas, las lógicas y las prácticas habituales de la psicología realmente existente a su últimas consecuencias. Esto no va sobre él, va sobre nosotros.
Es un reflejo de nosotros, de la psicología. De nuestro imprudente desprecio por la evidencia empírica, de nuestra silenciosa complicidad con la mala praxis, de nuestro gusto retorcido por las respuestas cómodas, de nuestra tóxica noción de lo que debe ser nuestra profesión. Santandreu es la pseudopsicología del «si quieres, puedes» (que inunda los muros de Facebook y las cuentas de Twitter de muchos ‘profesionales’ de la psicología), llevada al extremo. Es la psicología de quienes hacen y deshacen en su práctica sin filtro, sin rigor.
Pero, sobre todo, es un reflejo de que la psicología está llena de idiotas. Idiotas en sentido etimológico: aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino solo de sus intereses privados. Hemos abandonado la plaza pública, nos hemos escondido en la comodidad de nuestra consulta, de nuestro despacho de universidad, de nuestra redacción; hemos decidido que ya se podía hundir el mundo, que eso no iba con nosotros. En definitiva, hemos olvidado que la psicología una vez quiso cambiar el mundo.
Y yo el primero. Rasgo Latente nació para ponerse frente a esa idiotez colectiva, para reivindicar en público esa psicología a la que le importaba el futuro. Como habréis visto por nuestra lenta agonía y la escasez de nuestra publicaciones, esa idiotez nos venció también a nosotros.
No creáis que no me duele. Pero todo tiene un límite, siempre hay un momento para decir basta: vuelvo a Rasgo Latente, vuelvo a la batalla. Si vamos a morir, mejor que sea con las botas puestas.
Sirah dice
Pues no se si es o no «innovadora» su práctica. Pero es un tipo inteligente y eficaz en su práctica profesional, y tiene un equipo de psicólogos en su consulta bestial, de primer nivel. Yo estaba desesperada, ya había pasado por varios psicólogos hasta el bendito momento que llegué a su clínica y uno de su equipo dio en el clavo, y ahí sigo mejorando dia a dia. Metodología práctica, concreta y eficaz y mucha empatía ( caro también). Me quito el sombrero, Santandreu
Sirah dice
Dice usted que la suya es la pseudopsicologia del «si quieres puedes» llevada al extremo. Mentira. Más bien la de «intentalo, y si no puedes, aceptalo». Y eso quita mucho sufrimiento.
Sebastián F. Breyter dice
Creo que es el problema, ya típico, de los académicos chillando desde sus ergastolas plenas de padecimiento intelectual a los divulgadores henchidos de fama a costa del esfuerzo colectivo de los primeros.
El objetivo de la psicología, como servicio, se cumple mejor a través de los buenos divulgadores, que llegan a millones y llegan bien.
Sol y sombra dice
Yo lloro mucho y sufro y hay días q no encuentro salida. No quiero vivir donde vivo. Estoy en terapia con uno de sus profesionales pero, hay días muy desalentadores porque no veo solución a mi situacion
Su dice
No se quién escribió esto pero se ve que tiene un poco de envidia
Lucas dice
Tiene muuuuchaaaaa enviidiaaaa
explorer dice
Ojala hubiera mas psicólogos «odiados» como Santandreu en España pero lo que divulga os guste o no es totalmente cierto, lo que ocurre que nunca llueve a gusto de todos. Y ojala todos los idiotas fueran como Rafael.
mi psicologo madrid dice
El objetivo de la psicología y sus profesionales necesita buenos divulgadores, que faciliten que la psicologia al menos se entienda.
Sebas dice
Para mi es muy buen psicólogo, sus libros me han ayudado bastante y da en el clavo en los problemas que solemos tener las personas, para mi es un muy buen profesional
Cristina dice
Todas estas personas que comentan defendiendo a este señor y otros de su calaña… No escuchéis Rasgo Latente, somos muchos los que apoyamos vuestra lucha.
Jorge dice
¿Qué ha hecho de malo Rafael Santandreu?
Nada de lo que dice es inmoral o falso. Todo lo que dice, como el propio autor del post indica (aunque lo ha indicado de forma imprecisa, sesgada y con ciertos errores), es científicamente cierto.
Incluso si sus polémicas declaraciones sobre Hitler no surgiesen de ningún tipo de filosofía clínica y científica, sino de la opinión, ¿por qué expresar un punto de vista filosófico tendría que ser «malo» y merecer el odio de todos?
La gente que lo ha criticado 1) o bien no tiene ni pajolera idea de lo que dice ni entienden el contexto filosófico-científico desde el que lo dice 2) o bien son… eso.. gente de twitter. Gente adicta a los chutes de poder que la participación en la cancelación pública excusada en la moral les hace sentir; gente acostumbrada a emitir juicios absolutos sobre otros basados en unos extensísimos 280 caracteres de evidencia/información.