En un mundo en el que se habla de la obesidad como la epidemia del siglo XXI, es difícil pensar que el “interés” en una alimentación saludable pueda constituir un problema para determinadas personas. Sin embargo, se han documentado casos de personas que sufren una preocupación patológica por la alimentación sana. En 1997, este trastorno fue bautizado como “ortorexia nerviosa” (Bratman, 1997), de etimología griega: ortho (adecuado) y orexia (apetito).
La ortorexia se caracteriza por una preocupación excesiva por la comida biológicamente pura y la alimentación saludable (Brytek-Matera, 2012). Las personas con este problema están preocupadas por la calidad de la comida y evitan consumir alimentos por su supuesto contenido de grasas, sal u otros componentes que son considerados como no saludables o incluso tóxicos. Estos componentes que evitan las personas con ortorexia pueden ser conservantes, colorantes, pesticidas o cualquier modificación del alimento hecha por el hombre (Koven y Abry, 2015). Para estas personas, la restricción y la preocupación conducen a una vida totalmente determinada por la comida, llegando a afectar su funcionamiento familiar, social y/o laboral. Las personas con ortorexia evitan comer fuera de casa porque no se fían de la calidad de los alimentos o el modo en el que están elaborados. También están dispuestos a gastarse una gran cantidad de dinero, incluso por encima de sus posibilidades, para obtener alimentos más saludables. Pasan mucho tiempo pensando, planeando, buscando y elaborando comidas que sean “saludables”. Su meta es lograr una dieta “perfecta” que, según ellos, les traerá salud y bienestar. Llegan a ser tan rígidos con sus reglas de alimentación que, si las transgreden, se sienten culpables y se llegan a castigar por ello (Varga, Duzay-Szabo, Tury, y Van Furth, 2013). Lejos de querer cambiar sus hábitos y, a pesar de la interferencia que les causan, se sienten satisfechos consigo mismos cuando consiguen ceñirse a su ideal de alimentación saludable. Se sienten superiores al resto de la gente por sus hábitos alimentarios y tratan de convencer al resto de personas sobre sus beneficios (Mathieu, 2005).
Plantéese estas dos preguntas:
– ¿Se siente culpable cuando come algún alimento que considera no sano?
– ¿Su preocupación por la alimentación sana le consume mucho tiempo?
Las personas con ortorexia responderían a ambas preguntas con un ‘sí’. Por tanto, ortorexia no es solo buscar comer sano, implica una interferencia con la propia vida, las relaciones sociales…
Los estudios existentes hasta la fecha han evaluado la ortorexia con el cuestionario ORTO-15 (Donini, 2004). Empleando esta medida se han encontrado conductas ortoréxicas más elevadas en atletas (Segura-García,2012), bailarinas de ballet, practicantes de yoga (Herranz, 2014), y profesionales de la salud, incluyendo a médicos, nutricionistas (Alvarenga, 2012), estudiantes de medicina (Bağcı, 2007) y estudiantes de nutrición (Souza , 2013; Souza, 2014). También se ha encontrado relación entre ortorexia y trastornos de la conducta alimentaria (TCA; Segura-García, 2014).
A pesar del creciente interés mostrado sobre la ortorexia, todavía son muchos los interrogantes. Se necesitan estudios que ayuden a esclarecer si este concepto tiene la suficiente entidad para ser considerado un trastorno independiente o si, por el contrario, podría incluirse como un subtipo de TCA o del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), o, incluso, como una variante de hipocrondría o un precursor de la esquizofrenia.
Respecto a la relación entre la ortorexia y los TCA, existen características que los hacen semejantes, especialmente a la anorexia nerviosa. En primer lugar, en ambos trastornos subyace una idea sobrevalorada, la importancia de la apariencia física en los TCA, y de la dieta sana en la ortorexia. Una idea sobrevalorada se define como una creencia que se sostiene con una elevada intensidad, cuyo contenido no llega a ser extravagante, y que preocupan mucho a la persona hasta el punto de interferir en su vida diaria. Sus contenidos son egosintónicos (i.e., acorde con el sentido del sí mismo), y el paciente no busca ayuda por ello (Veale, 2002). Además, en ambos trastornos existe un pobre insight, que se demuestra por una negación de la gravedad y de las alteraciones asociadas a su trastorno. A nivel de personalidad, ambos pacientes tienen un patrón cognitivo que cuadra con el trastorno de personalidad obsesivo compulsivo: perfeccionismo, pensamiento rígido, excesiva entrega, hipermoralidad, y preocupación con los detalles y las reglas (Brutek-Matera et al., 2012). En ambos casos los pacientes están orientados al logro, valorando la rigidez del cumplimiento de sus dietas como una señal de autodisciplina. La necesidad de control, elemento que se ha destacado en la génesis de la patología alimentaria (Fairburn, et al., 1999; Polivy y Herman, 2002; Surgenor, et al., 2002), también se observa en la ortorexia. En el caso de los pacientes con TCA, la falta de control sobre la vida y emociones de uno mismo, o el control sobre el entorno familiar, le llevarían a volcarse en el control de la dieta y su cuerpo para lograr esa sensación de control, por lo que las desviaciones de su dieta las viven como un fracaso. La diferencia entre ambos trastornos es el fin que persiguen con la dieta. Además, la ortorexia no debería estar relacionada con la insatisfacción corporal, ni tampoco debería estarlo con el índice de masa corporal (Moroze et al., 2014).
Por lo que respecta al TOC, las personas con ortorexia manifiestan un sustrato obsesivo: pensamientos intrusos en momentos inapropiados que le interfieren con las actividades diarias, preocupaciones excesivas sobre la contaminación y la impureza de los alimentos, y la necesidad de organizar la comida y el comer de una manera ritualizada que interfiere en su vida diaria. Sin embargo, como se ha señalado anteriormente, las preocupaciones en la ortorexia no pueden definirse como obsesiones puesto que el contenido no es molesto en sí mismo, sino que se definen mejor como ideas sobrevaloradas, a diferencia de las obsesiones, cuyo contenido es temido por el paciente y amenazante para el sí mismo (Ferrier y Brewin, 2005). Además, las conductas en el caso de los pacientes con ortorexia no son estrictamente compulsiones, esto es, conductas dirigidas a reducir el malestar o la ansiedad provocada por una consecuencia temida, sino que se realizan para llegar a un fin deseado: la dieta sana perfecta, y así lograr bienestar físico y mental (Koven y Abry, 2015).
Los estudios sobre ortorexia son todavía muy escasos y presentan numerosas limitaciones. En primer lugar, todavía no existen criterios diagnósticos claros, lo que hace difícil su evaluación. En segundo lugar, la validez y fiabilidad del instrumento que emplea casi la totalidad de los estudios sobre ON es muy discutible. Además, la mayoría de muestras son demasiado específicas con lo que las implicaciones de dichos estudios son limitadas.
A lo largo de toda la entrada hemos hablado de comida percibida como sana. Nuestras ideas sobre qué es sano no tienen por qué ser acertadas. En esta línea, recomendamos encarecidamente el libro de J. M. Mulet Comer sin miedo. Nuestro estado de ánimo viene en mayor medida marcado por el creer que por el ser.
Ya para terminar, la ortorexia, concepto todavía mal medido y entendido, respecto al cual se necesita mayor investigación, ha venido para acompañarnos durante años. Desconocemos la extensión de la misma, pero en un entorno donde cada vez se valora más el comer sano, es de esperar que haya un pequeño colectivo de personas para las que esta aspiración se transforme en una interferencia en su propia vida.
Andrés Chamarro dice
Hola María, tu post despertó mi curiosidad (científica…) y veo que este patrón de conducta puede estar relacionado con otros que investigo. ¿Disponeís de un test en castellano?
Gracias de antemano,