Miro Twitter desde mi móvil mientras espero el bus. Una nueva polémica. Indignación en las redes. Ni siquiera entiendo exactamente de qué va el asunto, me siento tentado a subirme a la ola de rabia. Veo como diferentes grupos se intercambian mensajes agresivos y comparten indignados un mensaje. “las cosas no pueden ser así, está completamente equivocado, es intolerable”. Esto es lo que Molly Crockett identifica en un reciente artículo como agravio moral: mostrar nuestro enfado y descontento ante una situación que, según nuestra percepción, ataca nuestros valores morales. Lo cierto es que nunca hemos tenido tan fácil ni hemos podido expandir tanto nuestro agravio moral como ahora y gracias a internet. No es algo nuevo, la humanidad siempre ha sentido esa necesidad de imponer a otros individuos lo que consideramos son unos valores adecuados. Lo que hasta ahora tenía un alcance limitado a la proximidad física, ahora viaja por cables de cobre. Son funciones sociales viejas para redes nuevas. El agravio moral de siempre, que ha tenido lugar -hasta ahora- en pequeños núcleos sociales de pocas personas, ha entrado en la era digital.
Las sociedades humanas se moldean a través de herramientas sociales: cotilleos, vergüenza y castigo. Son actos cotidianos que usamos para educar a nuestros hijos, nuestros compañeros o incluso a desconocidos. Imponemos (y velamos por que no se rompan) las conformidades sociales a la vez que buscamos crear nuevas acordes a nuestros valores. Sin embargo, estas herramientas evolucionaron en un ambiente donde éramos unos pocos individuos, un espacio en el que todos nos conocíamos e interactuábamos cara a cara. Uno de los avances que introduce internet es la posibilidad de mostrar nuestro virtuosismo a más gente. Las redes sociales digitales cuentan con sus particularidades: facilitan que se moldee nuestra conducta a golpe de “like”: es decir, no solo nos mostramos como seres virtuosos, sino que además nos dan a “like”. Alimentemos nuestra posición rodeándonos de gente que la comparte y sin más coste que hacer click en un corazón digital pueden validar nuestro estallido de indignación. El agravio moral así se vuelve contagioso.
Los medios online son uno de los canales donde más aprendemos sobre actos morales e inmorales, al menos comparado con medios tradicionales o por contacto en persona. Tienen un alto nivel de exposición y un gran contenido emocional que invita a compartir. Los mensajes que más apelan a nuestro sentido moral son aquellos que más necesidad sentimos de comunicar con otras personas. Tiene sentido, si percibimos que algo socava el mundo tal y como lo entendemos; es entonces cuando queremos comunicar y contagiar esa indignación. Antes de las herramientas como el retuit, el reply o compartir publicación , la indignación moral tenía otros costes. Nos obligaba a plantarnos frente a alguien, mostrar nuestro enfado y exponernos a riesgos de los que estamos a salvo gracias a una pantalla. Es decir, la distancia virtual nos protege.
Pensemos, por ejemplo, en la última vez que hayamos llamado la atención a otra persona ante una conducta inapropiada en una situación offline. En este tipo de situaciones tenemos que, exponernos a la posibilidad de que sea una persona que nos vaya responder con violencia, quizá sus gestos y conducta nos lleven a empatizar con él o ella o simplemente es nuestro compañero de trabajo y enfrentarse a él conllevaría romper la paz social de nuestro ambiente.
Podemos adoptar una visión catastrofista: el mundo online explota lo peor de la naturaleza humana convirtiéndola en un entorno/lugar hostil: personas dañándose porque ven sus valores morales atacados, algo que podría llevarnos a una sociedad dividida. Sin embargo, la naturaleza nos dota de la capacidad de, a través de la cultura, diseñar maneras en con las que eliminar las circunstancias que desencadenan conductas que son perjudiciales. El reto es la adaptación a la comunicación en estas nuevas redes amplias e impersonales con sus beneficios, sin sus inconvenientes. Diseñar herramientas que nos faciliten gozar del apoyo social que podemos obtener en nuestra red de contactos digital, intercambiar ideas, propuestas, fomentar el disenso y encontrar apoyo a nuestras causas sin caer en el acoso, la polarización y la diseminación de fake news para jalear a nuestra camarilla. No existen soluciones mágicas y definitivas más allá de informarse de los avances en psicología social y aplicar y evaluar propuestas. Una cosa está clara: es nuestra naturaleza -y es necesario en la sociedad- diseñar sistemas con los que lograr comunicarnos en paz.
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